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El vacío que deja Bowie

Ahora que Bowie está muerto, o eso dicen, fluyen casi naturalmente incontenibles correntadas de lágrimas que buscan amortiguar a los manotazos esta verdadera pérdida, sólo comparable en las últimas décadas a la despedida de, por ejemplo, un Miles Davis.

Porque Bowie y Miles eran innovadores de manera criminal y no sólo en lo que volcaban sobre un pentagrama, sino en todas las artes.

El mundo entero, parte del cual en forma recurrente trató a Bowie lisa y llanamente de ladrón, de apropiarse de ideas de otros, se lamenta ahora de que ya nadie podrá colocarse un paso adelante del resto, ser avant-garde como él.

E incluso otros aseguran que con su impensada partida al otro mundo ya nada volverá a ser como era antes.

Y algo de cierto hay: David Bowie, como Genet, escapó a tiempo de este mundo que ya no tenía nada para ofrecerle a su eléctrica inspiración. Para un artista que pocas veces utilizó a la música como puente para denunciar lo que estaba mal y apuntar con el dedo a la manera del Tío Sam, este mundo que se cae a pedazos (lleno de discusiones, guerras, materialismo, intolerancia y solidaridad cero) poco tenía para ofrecerle a un marciano frágil y creativo como Bowie, el músculo y la vena del talento con mayúsculas.

Porque ahora encendemos la radio y ahí está latente la idea errónea del artista. Homenajes que resultan tan artificiales como chupar un helado de plástico, que van tropezando en la redundancia esnob y el halago falso de acomodar (por uno o dos días, claro) a sus supuestos "clásicos" ("Blue Jean", "China Girl", "Let's Dance", et-all) en la cima misma de los creadores inalcanzables, esos que la industria sube y baja a su antojo asfixiándolos a ellos y su catálogo en un reality de matadero de esos que describía Kurt Vonnegut.

Para disfrutar a Bowie y despedirlo como se merece hay que rebobinarlo todo. Aunque seguirán siendo por los siglos de los siglos los más estridentes y divertidos, por ahora abstenerse de los verdaderos gigantes, llámense "Aladdin Sane", "Ziggy Stardust", "Young Americans", "Heroes" y tantos otros.

Este momento es propicio para volver al pandillero de Brixton, de repetir "The Bewlay Brothers", "Life On Mars" y "Hunky Dory" entero; al mágico "Wild Eyed Boy From Freecloud" y su ópera prima, ese disco debut donde Bowie despuntaba el mismo vicio que Scott Walker con canciones como "Please Mr. Gravedigger" y "When I Live My Dream".

Para cerrar, algo del último "Back Star" ("Lazarus" o "Sue (Or In A Season Of Crime)"), un tremendo disco desnudo de guitarras y explosivo en free jazz y desmadre. Un disco póstumo que, finalmente, devolvió a Bowie al avant-garde que siempre lo distinguió del resto. El mismo lugar que debe estar ocupando ahora que, dicen, está muerto: el más allá. (Diario Popular)


Martes, 12 de enero de 2016
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