Dos cirugías, un tratamiento con inmunoterapia, un llanto contenido durante nueve años y una noticia: “Ya no tenés la enfermedad”  A Claudia Pittaluga le extirparon dos pedazos de su pulmón derecho: el primero en junio de 2014, el segundo en abril de 2017. Con sesenta años, debió someterse a un tratamiento oncológico en el Hospital Pirovano. Cuando tras el resultado de un estudio se imaginó pelada y con riesgo de muerte, le dijeron que ya no tenía cáncer. La experiencia de sentirse “libre” y de no vivir con “una fecha de vencimiento” El papel que tenía en la mano decía “Adenocarcinoma invasor”, dos palabras ajenas a su vocabulario. La frase del cirujano había sido clara: debían extirpar un pedazo de su pulmón derecho. Claudia Pittaluga (55 años en ese entonces) salió a la calle. Estaba con su madre, Elena (78) y hacía fresco. Le dijo muy tranquila: “Vamos a tomar un café”.
Entraron en la confitería La Argentina, en Cabildo y Céspedes, en el barrio porteño de Belgrano. Pidieron dos cafés y dos medialunas y hablaron de pavadas.
No mencionaron el tema, ni googlearon el diagnóstico. El papel ya estaba guardado prolijamente en la cartera de Claudia.
Era junio de 2014 y Claudia Pittaluga acababa de hacer lo que haría siempre durante los próximos nueve años: ella lo llama “ningunear” a la enfermedad. No era una actitud estudiada, era lo que le brotó de su manera naturalmente optimista de ver la vida.
“Ese mismo día empecé a ningunear a mi cáncer, algunos le dicen negar….”, reconoce mientras sonríe con una sonrisa que le ocupa toda la cara.
Ahora estamos en agosto de 2023, en la puerta del Hospital Pirovano, y ella tiene una buena noticia que contar. Pero no nos adelantemos y vayamos capítulo por capítulo.
Se tuerce el rumbo El primer golpe que impactó en la vida de Claudia le llegó a través de su marido Alberto Bancalari. En 2003 le descubrieron un cáncer de esófago. “La fue luchando. Lo operaron y parecía que zafaba, pero a los tres años le volvió con todo y murió en 2006″, cuenta. No habían tenido hijos juntos, él los tenía de un matrimonio anterior, así que ella se quedó sola en su departamento y en la vida: “Al final, él estaba muy mal. Fue durísimo. Tenía 51 años y murió conmigo. También estaban sus hijos que habían venido desde Alemania. No lo elaboré mucho porque un tiempo después me escapé diez meses a Costa Rica para visitar a mi hermana que se había instalado allá. Fue mi manera de hacer el duelo, a la distancia”.
Claudia había trabajado en una empresa constructora, en inmobiliarias y en un estudio de arquitectura, pero se tomó un tiempo para descansar. Lo necesitaba.
Fumaba desde los 16 años más de dos atados por día. Al quedarse viuda, más todavía. Los cigarrillos la calmaban. Hacía spinning y se sentía muy bien, pero durante 2009 decidió que no podía seguir fumando de esa manera enloquecida.
“Todo el mundo me presionaba para que dejara el cigarrillo. Sobre todo mi hermana Ana que tenía pesadillas con que me iba a agarrar un cáncer. Hincharon tanto que a los 50 años, después de 34 de fumar un pucho tras otro, dejé”.
Claudia había dado un paso para cuidarse, pero fue un paso tardío: el daño pulmonar ya estaba hecho, solo que ella no lo sabía.
“En 2011 empecé con Epoc (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), no podía respirar bien y eso que ya había dejado de fumar. Los médicos me indicaron hacer un puff diario con una medicación, pero aun así me costaba inhalar. Esto me hizo tomar conciencia de que la enfermedad era un problema real y me empecé a controlar más seguido con una neumonóloga”.
Fue en uno de esos controles, en febrero de 2014 que, en la radiografía de rutina, la especialista vio una manchita en su pulmón derecho. Le mandó a hacer una tomografía para poder observar mejor la imagen, pero Claudia tenía un viaje programado a los Estados Unidos para el mes de marzo con su madre Elena. Tenía pensado festejar su cumpleaños número 55 (nació el 12 de marzo de 1959) allá: “Ni loca cambiaba nada. Me dije: a la vuelta me lo hago. Y me fui de viaje con mamá, lo más pancha. Aunque parezca mentira, no pensé más en el asunto. Creo que ni me acordé del tema, ya había decidido que lo iba a resolver después”.
El viaje era a Fort Lauderdale, Nueva York y Nueva Orleans. En esta última ciudad festejó el 12 de marzo su cumpleaños con su madre y unas chicas estudiantes norteamericanas que habían conocido en Buenos Aires. Celebró sin sombras. Claudia no era consciente de todo lo que se avecinaba.
Cuando volvió del viaje, su neumonóloga ya no estaba en su obra social. Claudia quedó un poco a la deriva. Consiguió otro médico especialista quien le indicó una tomografía. Se la realizó pero no resultó un estudio con buena definición: “No se veía bien y claro, así que me mandaron a hacer una punción y una biopsia. Durante ese procedimiento tuve un neumotórax y, encima, otra vez no dio algo claro esa biopsia. Me siguieron estudiando y me derivaron a un cirujano de tórax. Caí con un capo del Pirovano, el jefe de cirugía, el doctor Ernesto Bavio. Me atendió muy bien y me contuvo. Miró los estudios que le llevé y dijo que no parecía ser algo malo, pero que de todas formas había que operar y sacarlo. Me dijo que tenía la suerte de que lo que tenía, por donde estaba ubicado, era operable. Me mandó a realizar un PET (tomografía por emisión de positrones, una técnica de diagnóstico con contraste que permite tomar imágenes definidas) y me terminó operando junto al doctor Alfredo Bargna”.
El 24 de junio de 2014 Claudia entró a quirófano: “El tumor estaba a dos mm de la pleura así que era una suerte que me pudieran operar. Había que sacarlo para estudiarlo bien. Me extirparon el lóbulo superior del pulmón derecho en la clínica Los Virreyes, del barrio de Belgrano. Me desperté en terapia intensiva rodeada de pacientes en coma o graves y yo como si nada… ¡loca pedí mi celular! Me sentía bien y con buen ánimo. No me deprimí. Era doloroso, porque tenía un caño entre las costillas. Te las abren y luego te ponen ese tubito y eso hace que se infle el pulmón para que se recupere... Dolía un poco, pero yo no soy de quejarme. Me molestaba más el ruido de los aparatos y de los enfermeros que hablaban fuerte que todo el resto”. Claudia se ríe al recordar su actitud de esos días. En su proceso de negación se sacaba fotos y selfies para sorpresa de médicos y enfermeros: “Estuve entre 15 y 20 días en terapia. Nadie podía creer lo bien que estaba. ¡Soy muy positiva o muy negadora, según quién lo vea!”.
Un mes después de la operación Claudia fue a retirar el resultado de la biopsia. No lo abrió. Fue directo a la consulta con su cirujano y se lo dio en la mano. El doctor Bavio fue claro: “Es cáncer, pero no tenés que hacer quimio porque sacamos todo”.
El papel decía: Adenocarcinoma invasor moderadamente diferenciado.
Boicot a la enfermedad Ese día, en el café con su madre, no parecían una dupla de luto por el terrible diagnóstico. Por el contrario, parecían madre e hija festejando algo: “Las dos nos las pasamos negando y charloteando de cualquier cosa. No hablamos ni un segundo de lo que me había dicho el médico”, confiesa.
Claudia es cero dramática, ya a estas alturas lo tenemos claro, pero hoy reconoce que en ese momento no procesó la noticia: tenía cáncer y una fiera batalla por delante.
A los treinta días volvió a trabajar y siguió con los controles cada seis meses. No sentía ninguna espada colgando sobre su cabeza. No miraba para arriba ni ponía su mente en modo enfermedad. Las tomografías iban saliendo bien y eso era todo.
Así fue hasta que, a principios de 2017, en otro control salió nuevamente una mancha. Era en el mismo pulmón. Todo el periplo médico volvió a comenzar.
“En ese momento no tenía un buen oncólogo así que enseguida fui a ver al mismo cirujano que me había operado. Se hizo cargo y me pidió un PET con contraste con el mismo resultado de la primera vez”.
La enfermedad había reaparecido. La operaron el 20 de abril de ese año: “Me sacaron otro pedazo del pulmón del mismo lugar. Los cirujanos creían que era mejor que hiciera quimioterapia, pero el oncólogo de mi obra social que no era nada buena, dijo que no hacía falta. Fue un error”.
Esa vez, admite, el golpe lo sintió y fue terrible. A pesar de eso, en la terapia intensiva, le puso onda y estuvo positiva como en la primera ocasión: “Mi madre y mi hermana me acompañaron mucho en la internación”, explica.
Pero el optimismo no impidió que en octubre de 2018, en los controles habituales, apareciera una nueva imagen preocupante: en el mediastino, la parte del tórax que se encuentra entre el esternón y la columna.
La cosa se había puesto brava: “Ahí ya los médicos pensaron que se habían escapado las células malas”, confiesa Claudia. La sombra de una metástasis era agorera. Y, esta vez, no era operable.
El payaso que hacía reír “No sabían si era un cáncer primario o si venía del que había tenido en el pulmón. Empecé a deambular por todos lados. El oncólogo quería hacerme rayos, pero los cirujanos del Pirovano que me habían operado me pidieron un turno con la jefa de oncología de ese hospital, la doctora Irma Martínez Lazzarini. ¡Una genia esa mujer! Entre idas y vueltas me hizo llevarle todos los tacos de las biopsias del 2017 y, de acuerdo a eso, determinó que yo aplicaba para un nuevo tratamiento que se estaba haciendo: inmunoterapia. Era una terapia monoclonal, con un remedio llamado pembrolizumab (anticuerpo monoclonal dirigido que se emplea como agente anticancerígeno y que fue aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos en septiembre de 2014). Yo tenía la suerte de estar dentro del 5 por ciento que podían aplicar para un tratamiento con esta droga”.
En abril de 2019, con 60 años, Claudia comenzó a acudir cada 21 días al área de quimioterapia del Hospital Pirovano para recibir el tratamiento que le aplicaban por vena: “En media hora estaba afuera y ¡lo mejor de todo era que no tenía efectos secundarios! El primer día que fui a realizármelo había en la sala un payaso voluntario, Mariano Larreta, quien se hacía llamar Carbón. ¡Cómo me hizo reír! Era genial. Le pidió mi mano a mi mamá y nos casamos con unas flores de papel. Otro día nos pusimos anteojos de colores y nos disfrazamos… Fue muy divertido. Me hacía bien su humor. A veces me reía tanto que tenía miedo de molestar al resto porque por ahí no a todos les hacía gracia. A partir de ahí, cada vez que iba a mi sesión, esperaba verlo y divertirme con él. Además, nos hacía escuchar a los pacientes mensajes de personajes famosos que nos daban aliento. Me acuerdo de los de Norma Aleandro y Patricia Sosa. Carbón es un tipo bárbaro y, hasta el día de hoy, sigo en contacto con él. Es una de las personas que me dice que yo tapaba todo y que por eso no lloraba. ¿Sabés que nunca, pero nunca, lloré en esos años que tuve cáncer? No me salían las lágrimas”.
Inmunoterapia: un nuevo tratamiento Flavio Tognelli (57), oncólogo del Hospital General de Agudos Dr. Ignacio Pirovano, es el especialista que atendió a Claudia en la última etapa de su enfermedad. La conoce bien y en el consultorio las bromas fluyen y desatan risas. Él sostiene convencido a Infobae que, en la enfermedad, “el humor es un arma, aunque no todos pueden usarla porque tiene que ver con la personalidad de cada uno. A mí me gusta descontracturar. Yo no sé si lo que hago está bien o no, pero me da resultados”. Y continúa diciendo que el diagnóstico de cáncer, que años atrás significaba la vida o la muerte, en la actualidad se ha convertido en algo con lo que se convive: “Hoy en día en oncología usamos una palabra que no me gusta demasiado, pero no hay otra: supervivencia o sobrevida. Se ha avanzado muchísimo y, gracias a Dios, tenemos montones de supervivientes y el cáncer se ha transformado en una enfermedad crónica. La palabra quimioterapia, etimológicamente hablando, se refiere a un químico que hace un tratamiento. Con el uso y el correr de los años la quimioterapia quedó asociada íntimamente al cáncer, a lo oncológico. Con la evolución de la medicación y las nuevas tecnologías y terapéuticas apareció lo que se llama inmunoterapia. Esta empezó a usarse en el mundo hace una década atrás en casos de tumores de pulmón, en melanomas o en riñón, porque se determinaron algunos factores moleculares que la hicieron viable. En el caso de Claudia, por ejemplo, la expresión de ese factor molecular era el PDL1. Si esa molécula estaba expresada en la muestra tumoral de la biopsia, la inmunoterapia podía jugar un rol muy importante”.
-¿Por qué se llama inmunoterapia?
- Porque de alguna manera el tumor bloquea nuestro sistema inmunológico. Lo que hace la inmunoterapia es desbloquear eso para que nuestro propio sistema de defensas vuelva a actuar sobre el tumor. En cambio, el mecanismo de las quimioterapias tradicionales lo que hacía era matar a la célula tumoral.
-¿Es, entonces, una terapia mucho más amigable con el cuerpo?
-Pareciera ser que sí. Tiene algunas cositas… No es algo mágico, siempre puede haber efectos adversos.
-¿Qué efectos adversos podría tener?
-Como esto tiene que ver con lo inmunológico hay quienes hacen, por ejemplo, hepatitis autoinmunes, enfermedades inmunológicas que no estaban desarrolladas y, a veces, a los pacientes les bajan las defensas. Por eso se hacen controles periódicos de laboratorio.
-¿Qué porcentaje de pacientes sufre efectos no deseados?
-No te sabría decir con precisión. Con el Pembrolizumab tuve una sola paciente que hizo una hepatitis autoinmune. Le empezó a dar mal el hepatograma y suspendimos rápidamente el tratamiento. Hubo que esperar a que se normalizaran sus valores y, entonces, hicimos una biopsia del hígado para certificar que no hubiera enfermedad y que el hepatólogo confirmara que era una hepatitis. Así fue. Esa medicación no era para ella. Pero Claudia toleró muy bien todo el tratamiento.
-¿Hace cuanto que se aplica la inmunoterapia?
-Se empezaron a hacer estudios de diez años a esta parte. Y el melanoma (cáncer de piel) fue el pívot de todo esto.
-¿Dio buenos resultados?
-Sí.
-¿Hay cifras alentadoras?
-Prefiero no hablar de porcentajes porque siempre digo que hay tres cosas muy mentirosas: los políticos, la mentira en sí misma y ¡las estadísticas! Porque si yo te digo que algo es el 10 por ciento y te toca, para vos es el 100. Además, los números van cambiando todo el tiempo. Como verás no soy para nada amante de las estadísticas. Si el paciente me las exige se las doy o si voy a un congreso las digo, pero sino prefiero evitarlas.
-¿En qué cánceres dio resultado la inmunoterapia?
-En pulmón, en melanoma y en un cáncer de mama que es el carcinoma invasor triple negativo, que quiere decir que tiene receptores hormonales negativos y una molécula específica que se expresa en un tumor agresivo y de mal pronóstico. ¡En este último dio mejores resultados que la quimioterapia! Hoy en día las terapias oncológicas son dirigidas… ¿A dónde? A estos factores moleculares que te expliqué, porque se vio que uno va a atacar esas moléculas que son las que producen las células tumorales. Por decirlo de una manera más fácil: muerto el perro se acabó la rabia. Entonces se apunta contra esa molécula que es la que estimula la reproducción celular de ese tumor.
-¿Durante cuánto tiempo se suele aplicar esta terapia?
-En general se aplica dos años. Prolongar la terapia no da más beneficios. No tiene sentido para la paciente porque no hay nada en la literatura que lo avale y tampoco tiene sentido desde el punto de vista de la medicina social porque es un gasto y esa droga le podría servir a otro paciente oncológico.
Asumir buenas noticias “Con la inmunoterapia yo había entrado en un protocolo y tenía que seguir todo con Pami. Cada tres meses me tenía que hacer una tomografía comparativa con la anterior. También debía sacarme sangre para ver cómo estaban mis glóbulos blancos. Así pasaron casi cuatro años. Yo siempre con buena onda porque soy así. Tengo otros defectos no creas (dispara dos carcajadas) pero me tomo las cosas serias de esa manera. Todo iba saliendo bien. Me hacía las tomografías siempre en el mismo lado para que, justamente, pudieran comparar bien. Pero un día, en junio de este año, como no tenían turno me la terminé haciendo en otro sitio. Resulta que en este nuevo lugar tenían imágenes de mucha calidad y ¡vieron un montón de cosas! Me sentí horrible y, por primera vez, tuve miedo de verdad. Mi oncóloga se había jubilado y había empezado a atenderme con otro oncólogo en el mismo Pirovano, el doctor Flavio Tognelli. La noche anterior a llevarle el estudio, me imaginé pelada por la quimioterapia y en riesgo real. Tognelli me calmó y me dijo con buena onda que la droga que tomaba podía formar imágenes y que me hiciera un PET. ¡Me tranquilizó muchísimo! Y fui a hacérmelo en el mismo lugar de buena calidad del otro estudio. Nunca leo los resultados así que fui a la consulta con el sobre cerrado sin espiar nada. Le pedí a mi médico, Flavio, que no me hiciera escenas de suspenso y me lo dijera rápido, de una”.
Claudia estaba ese día en este mismo consultorio de dos por dos en el que estamos hoy, mirándolo a los ojos y como adherida a la silla negra. Estaba preparada para lo peor, pero no para lo que iba a escuchar.
Tognelli le dijo sin demorar: “Claudia es un excelente informe, ya no tenés la enfermedad. Te felicito”.
Por primera vez en nueve años ella explotó en lágrimas.
“Me saltaron todas las lágrimas de alegría juntas. No había podido llorar nunca de tristeza”, confiesa.
El oncólogo se paró, la abrazó y le aconsejó: “Estás libre. Ya no tenés enfermedad, pero te recomiendo ir a un psicólogo porque esto no lo vas a procesar rápido. Te va a dar miedo, inseguridad, alegría… Tenés que asumir que estás sana”.
La mamá de Claudia, quien estaba en la consulta, le precisó riendo al médico de su hija: “¡Cómo va asumir que está sana si ni siquiera asumió nunca que estuvo enferma!”.
Lo cierto es que en el PET había salido que estaba totalmente limpia. Ese mismo día tenía tratamiento y tuvo que suspenderlo. Se lo darían a otra persona que lo necesitara.
Esa tarde Claudia llamó feliz a su oncóloga jubilada para contarle la buena nueva. Ella ya estaba al tanto por su colega de la excelente noticia.
-Sí, ya sé, ¡tuviste respuesta completa!
-Te lo debo todo a vos…
-No, a mí no. Se le debés a Dios.
Era el 6 de junio de 2023 y Claudia tenía ya 64 años.
La vida después del cáncer Claudia cuenta que desde este resultado positivo empezó a sentir una alegría permanente: “Porque durante mi enfermedad yo no lloraba, pero iba a caminar y escuchaba los pajaritos, y decía bueno, qué lástima, pensaba que tenía un plazo, una fecha de vencimiento. Me está costando desarmar esa maquinaria de pensar cortito que armé durante años para sobrevivir. Yo ya estaba cómoda con eso de que era paciente oncológica y que no tenía demasiado tiempo por delante. Me gastaba la plata y me iba de viaje, total me iba a morir. Vendí un departamento para patinármelo. Me iba una vez por año a Costa Rica a visitar a mi hermana y pensaba ¡qué me importa! Un poco resignada, pero sin dramatismos. Ahora me despierto distinto y digo ¡Ay estoy bien! y me da muchísima alegría. Yo dejé de trabajar para vivir la vida loca porque me quedaba poco tiempo y me lo quería pasar genial. Por eso, ahora estoy tomando conciencia de que tengo que cuidarme económicamente”.
En la historia de esta mujer que le ganó al cáncer, hay una simpática anécdota que la retrata de cuerpo entero y que dejamos como broche final.
“En la terapia intensiva yo me reía mucho, pero también oraba. Le rezaba a un crucifijo que veía en la pared frente a mi cama. Le agradecía que me hubieran podido operar, que todo hubiera salido bien… agradecía y agradecía. Soy muy corta de vista, pero cuando vas al quirófano no llevás los anteojos. Así que cuando a mamá finalmente la dejaron pasar para verme, me los trajo. Me los puse, levanté la mirada y me di cuenta de algo muy gracioso: a lo que le rezaba, no pensaba ser ninguna cruz ni ningún Cristo. ¡Le había rezado todo el tiempo a un termómetro pegado a la pared! Ahí te juro que me hice devota de mi propio santo: San Termómetro”. Claudia, recién operada, tomó el celular de la mesa de al lado de su cama de hospital y ¡click! sacó la foto de su nuevo santo de cabeza gris, con los brazos chatos de cinta adhesiva extendidos abrazando la pared y fría mirada digital.
Esa imagen es hoy una prueba tangible de que no solo la inmunoterapia es una excelente herramienta en la batalla contra la enfermedad, el humor también puede serlo.
Fuente Infobae Martes, 15 de agosto de 2023
|