Mie 23 de Abril de 2025
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¿Libertad de expresión o linchamiento mediático?

Desde que el mundo es mundo, siempre se han celebrado y defendido, naturalmente, las banderas de las libertades, cualesquiera sean estas. Una de ellas, es justamente, la libertad de expresión sin censura previa, la más sagrada insignia periodística, el escudo protector que ampara y protege a los trabajadores de prensa de los excesos del poder.

Ahora bien, se sabe históricamente, que los principios, derechos, banderas, incluso ideologías y doctrinas, en teoría generalmente buenas, si caen en manos de oportunistas sin escrúpulos, difamadores seriales y mitómanos compulsivos, terminan degenerándose y desdibujándose de los verdaderos fines con que fueron gestados.

El planeta entero se encuentra sumido en una pandemia de alcance global y con un índice altísimo de contagios nunca antes visto por esta generación, y si a ese contexto global, en lo local, se suma el estado de ebullición política propia de una campaña proselitista, y el abuso de las redes sociales, se genera, cuánto menos, una nueva grieta, que termina dividiendo a la sociedad, exacerbando resentimientos y odios, y generando un malestar que lejos de construir, destruye.

En este estado de cosas, en las que cualquiera dice cualquier cosa de cualquier persona, casi sin importar nada, es conveniente, que aquellos que se dedican a informar, al menos lo hagan responsablemente, respetando los alcances de sus derechos, y también estando atentos a las obligaciones del poder que tienen al investirse de periodistas, máxime si están detrás de un micrófono, de una cámara o de una red social.

El periodismo se basa esencialmente en la búsqueda de información, en la recolección de datos tomados de la realidad y en el volcado de los mismos con los formatos convencionales al resto de la sociedad. Pero esta loable y necesaria tarea en un estado de derecho, muchas veces se ve denigrada por el mal ejercicio de personas ignorantes de ciertas pautas propias de la profesión, que carentes de códigos y de conocimiento en el mejor de los casos, caen en burdas exageraciones y cuánto menos, faltas de respeto, al amplificar enunciados u opiniones que traspasan los límites de la vida pública.

En los últimos tiempos, se vienen suscitando ciertos hechos por parte de personajes que con claros intereses políticos, utilizan medios de comunicación de diversa índole, escudándose en la libertad de expresión para hacer un linchamiento mediático altamente violento, en el que todo vale: la difusión y reproducción de mensajes de dudosa procedencia, rumores inverificables de fuentes dudosas, incluso la exposición desnuda de la vida privada de las personas, generando nichos de opinión, azuzados por dirigentes políticos que se esconden y operan desde la oscuridad.

No se trata desde este lugar, coartar la libertad de expresión, algo que nadie en su sano juicio haría, sino de equiparar los derechos de cada emisor de mensajes, con las obligaciones que le asisten en esta función y sobre todo las responsabilidades que le competen, al hacer uso de un poder de alcances inimaginables, en el cual pueden convertir la vida de una persona en un auténtico infierno cuando una mentira o una difamación es lanzada como verdad, sin antes de ser publicada, chequear los hechos con diferentes fuentes fidedignas, un axioma necesario y de manual para cualquiera que se precie de periodista serio y que respete la profesión.

En cualquier sociedad, y mucho más en un estado democrático, la prensa es un resorte necesario, es el contrapeso que hace de contralor a los poderes que gobiernan. Siempre es necesaria una opinión disonante, ya que tanto gobernantes como gobernados, son personas humanas, y en esencia, errare humanum est, se pueden equivocar y allí está la prensa, para hacer uso de su libertad de expresión y cual árbitro de fútbol o inspector de tránsito, tocar el silbato, y frenar los excesos y las malas acciones o deformaciones de la autoridad. Es necesario y nadie objeta ni discute eso.

Pero lo que si es refutable y repudiable, cuando advenedizos irresponsables pasan por encima el respeto que merecen todas las personas, incluso públicas y cuanto más por su investidura, y no hacen otra cosa que generar discordias y grietas en una sociedad ya muy dividida, ocasionando discordias innecesarias y hostigando constantemente a quienes tienen el timón de las decisiones que recaen sobre todos.

Por esto, es necesaria una autocrítica, o al menos una reflexión sobre el ejercicio del periodismo bien entendido, para que la libertad de expresión no termine mancillada siendo el vehículo y la oportunidad para un linchamiento mediático que no distingue y confunde, adrede, lo público de lo privado.

Es menester en este sentido, que la sociedad toda, reflexione sobre esta situación, y que incluso la justicia haga lo suyo, de oficio, para poner todo lo que corresponda en su lugar, y de esa forma, que los unos y los otros, convivan pacíficamente y conforme a las normativas, reglas, derechos, obligaciones y responsabilidades que les compete, según su rol, a cada uno. Solo de esa manera, la sociedad podrá madurar y hallar la paz que tanto necesita, en estos tiempos tan convulsionados y difíciles.


Viernes, 18 de septiembre de 2020
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