Mejorá tu atencıón ¿Cuándo fue la última vez que te sumergiste en un buen libro o te quedaste tan embelesado con un proyecto que las horas volaron como si fueran minutos? Esto sucede todo el tiempo en la niñez, pero al envejecer, la capacidad de concentrarse a fondo desaparece junto con la capacidad para hacer volteretas.
Nadie sabe con exactitud por qué ocurre, pero una de las teorías más populares es que la gente más joven tiene un sistema de inhibición que mantiene la información irrelevante o superflua lejos para que no afecte la atención. Pensá en este sistema como un mantillo en un jardín, para limitar las malezas. En la secundaria un niño tiene un “mantillo” tan grueso que puede hacer la tarea de matemática con la música a todo volumen y detenerse de vez en cuando para responder un mensaje de texto.
Con la edad, sin embargo, el “mantillo” se afina, lo que permite que irrumpan cada vez más distracciones. Cuando éstas son demasiadas, pueden afectar qué tan bien aprendemos y recordamos, así como lo bien que realizamos ciertas tareas. Supongamos que estás conduciendo y divisás un poco de basura sobre la vereda, lo que te hace pensar si te acordaste de sacar la bolsa de basura de la cocina, lo que te recuerda que necesitás comprar cebollas para la cena, lo que te lleva a pensar en lágrimas y ojos, y eso lo remitís al hecho de que tenés un turno con el oftalmólogo la próxima semana.
De repente, tu concentración vuelve a la calle y notás que has conducido kilómetros sin siquiera darte cuenta y, tal vez, incluso pasaste de largo la esquina donde deberías haber doblado. ¡Atención, por favor! Nadie le puede prestar atención a todo. La información arremete contra los sentidos todo el tiempo. Cada color, objeto, sonido, gusto, olor o sensación física es captada por el cerebro y procesada. La mayoría de estos datos es ignorada, como corresponde ser; resultaría agotador estar hiperalerta a cada fragmento de información en todo momento y no hay una verdadera necesidad de acordarse de si el pájaro que pasó volando por la ventana era marrón, rojo o azul.
En cambio, uno elije a qué información prestarle atención; por ejemplo, al mensaje de correo electrónico que estaba leyendo cuando pasó el pájaro. Esa es la información que se conserva en la memoria de corto plazo. Por desgracia, al envejecer, tenés menos memoria de trabajo (también llamada “memoria de corto plazo”); si no prestás mucha atención, la información ya no se fija con tanta facilidad como antes. Ésa es una de las razones por las que una persona mayor puede tener problemas para alternar entre dos tareas.
Supongamos que estás intentando leer por turnos dos capítulos de un libro. Cuando cambiás de capítulo, podrías olvidarte en qué parte del capítulo previo te quedaste y tener dificultad para reorientarte, mientras que una persona joven con una mejor memoria de trabajo tendría menos inconvenientes. Un pariente cercano de la atención es la concentración. Si pensás que la atención es como encender la luz en una habitación a oscuras, la concentración es como apuntar un rayo láser sobre un objeto específico de la habitación.
La concentración es ese intenso nivel de atención que experimentás cuando tenés la sensación de que estás grabando a fuego recuerdos en tu cerebro. Algo de esta capacidad también se pierde cuando envejecemos. Los pequeños detalles simplemente desaparecen. Si leés un fragmento de un libro, podrías recordar lo esencial, pero una persona joven tal vez sería capaz de recordar oraciones de memoria. Uno no pierde por completo la capacidad de concentración; sin embargo, esto exige más energía e interés. Lo que obtenés es la capacidad de absorber una visión del mundo más amplia y de mayores dimensiones: una suma de las partes. Las personas jóvenes tienden a ver las partes, pero se les podría escapar la manera en que encajan en el panorama general. Estrategias inteligentes para todos los días Todos nosotros nos distraemos y perdemos la concentración de vez en cuando. Si esto te sucede seguido, acostumbrate a usar estas estrategias para ayudar a compensar esa falta. Tomá notas: escribir te obliga a prestar atención y también ayuda a trasladar la información desde la memoria de corto plazo hasta la memoria de largo plazo. Y, por supuesto, te permite llevar un buen registro por si lo necesitás más adelante. Llevá un grabador de bolsillo: hace años que los intercesores de los pacientes aconsejan llevar un pequeño grabador cuando van al médico. Cuando las personas están nerviosas o bajo estrés, quizá no recuerden con precisión o en su totalidad lo que les dijeron en el consultorio.
La misma estrategia puede ayudarte en la vida cotidiana. Si llevás un grabador, podés usar la activación de voz para registrar conversaciones importantes o, incluso, memos personales para vos mismo. Luego podrás repasar la grabación cada vez que quieras. Invertí en un par de auriculares reductores de ruido: a diferencia de los tapones, estos aparatos reducen o eliminan el sonido del ambiente, y apenas amortiguan los sonidos distintivos.
Por ejemplo, si te los ponés en la oficina, eliminará el murmullo de las máquinas y el parloteo de fondo, mientras que podrás oír a alguien que te hable o el teléfono cuando suene. Controlá las distracciones sensoriales: manejá las distracciones controlables a tu alrededor, como apagar la música, la televisión y la radio. Si tenés frío, ponete un suéter. Si tenés hambre, comé. Si sentís que el aire está enrarecido, abrí una ventana. Cuanto más cómodo estés, mejor podrás concentrarte.
Encontrá un rincón tranquilo: si no tenés control total del ruido, andate a otro lugar. Las bibliotecas suelen ser silenciosas o, al menos, más tranquilas. Estimulá la concentración con cafeína: investigadores de la Universidad de Arizona en Tucson descubrieron que las personas mayores de 65 años que sentían que su capacidad de atención era mejor en la mañana (en oposición a los “búhos nocturnos”, que se concentran mejor tarde por la noche) podían mejorar su concentración tomando un poco más de un cuarto litro de café.
El café descafeinado no funcionó. Este truco sirve sólo si vos ya sos bebedor de café. De lo contrario, los efectos secundarios de la cafeína —ese nerviosismo— solo perturbarán tu atención. (Selecciones de Reader´s Digest)Domingo, 30 de agosto de 2015
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