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Derqui el presidente olvidado

Sucesor de Justo José de Urquiza en el Ejecutivo Nacional, los graves sucesos previos y posteriores a la batalla de Pavón lo esfumaron de la historia.

Un tumulto de sucesos graves y decisivos envolvió al segundo presidente de la Argentina después de la Constitución de 1853, doctor Santiago Derqui. Los sucesos eran tantos, que prácticamente lo esfumaron de la historia, en esa época y después: “El presidente olvidado” lo llama León Rebollo Paz. Su nombre bautiza calles y escuelas, pero –estudiosos aparte- la inmensa mayoría del público ignora quién fue y qué hizo.

Era un hombre educado y su familia tenía buena posición. Nació en Córdoba en 1809, hijo de don Manuel José Derqui, español, y de doña Ramona Rodríguez Orduña. A los 22 años se graduó de abogado en la Universidad. Corrían los tiempos de Juan Manuel de Rosas y pronto empezó a actuar en el partido federal cordobés.

Fue elegido diputado a la Legislatura, a la vez que se iniciaba como catedrático: primero de Filosofía y luego de Derecho Público. Dictaminó a favor del Gobierno en el conflicto entre éste y el obispo Benito Lascano, en 1832. El prelado partió desterrado a La Rioja, y desde allí fulminó al abogado con una excomunión que tendría consecuencias muchos años después.

El unitario

Su reposada vida de jurisconsulto empezó a complicarse en 1835, tras el asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco y la consecuente furia de Rosas contra el gobernador cordobés José Vicente Reinafé y sus hermanos, a quienes sindicaba como autores. Fue presidente de la Legislatura mientras Reinafé dejaba el gobierno y lo reemplazaban brevemente Pedro Nolasco Rodríguez, Mariano Lozano y –golpe mediante- el coronel Sixto Casanova. Al fin, por orden de Rosas, asumió un “duro” de su confianza: Manuel López, apodado “Quebracho”. Este metió presos a los ex gobernadores y a Derqui y los despachó a Buenos Aires.

Derqui se salvó de una larga prisión, si no del patíbulo, y comenzó para él una sobresaltada etapa de guerras, de traslados, de destierros. Cambió su condición de tibio “federal” por la de “salvaje unitario”. Ganó la confianza del general José María Paz: fue su secretario de guerra y su ministro en el efímero gobierno de Entre Ríos.

El favor de Urquiza

Pasaron juntos a Montevideo, cuando Paz asumió la jefatura de la ciudad sitiada. Derqui había sido periodista en Córdoba y lo siguió siendo, de a ratos, en estos nuevos destinos. Rompió su soltería en 1845, en Corrientes: se casó con doña Modesta García de Cossio, con la que tendrían seis hijos. La boda suscitó consecuencias. Como el gobernador Juan Madariaga pretendía sin éxito a doña Modesta, quedó enconado con Derqui y, de paso, con Paz.

Paz y Derqui estaban exiliados en Río de Janeiro cuando ocurrieron la batalla de Caseros y el fin de la era de Rosas. Volvió al país. Le cayó bien al vencedor Justo José de Urquiza y fue elegido miembro del Congreso Constituyente, en representación de Córdoba y en reemplazo del doctor José Barros Pazos. Fue vicepresidente y luego presidente de esa asamblea.

Sueños y mates

Por esa época lo conoció Vicente G. Quesada. Narra que “era perezoso, leía novelas y gustaba permanecer en la cama hasta muy tarde, y a veces días enteros”. Era miope y entrecerraba los ojos para ver mejor, aunque tenía “una apariencia imponente, resuelta y audaz”. Hablaba muy poco y “su voz era desapacible”, pero “reía con frecuencia y mostraba sus dientes largos y amarillentos”. Alto y cargado de hombros, “caminaba con cierta dificultad, como si no pudiera afirmar bien los pies”.

Era de tez morena: no usaba barba y sí unas pequeñas patillas. Tenía “nariz aguileña, pelo con pocas canas, ojo pequeño pero vivo”. Le daba “aspecto raro” cierta “contracción nerviosa en la boca”. Vestía siempre de negro. Fumaba mucho y tomaba mate en forma constante.

Se atribuye a Derqui la confección del “Manifiesto” final de los constituyentes, lo que aumentó la estima que le tributaba Urquiza. Tanto, que al asumir la presidencia de la Confederación, lo nombró sucesivamente ministro de Justicia y ministro del Interior. Al general le agradó también la actitud resuelta con que arregló –de modo provisorio- las cosas en San Juan, al ocurrir el asesinato del gobernador Nazario Benavídez.

Entre dos lealtades

Fue el candidato de Urquiza para sucederlo en la presidencia, en la fórmula que completaba como vice el general Juan Esteban Pedernera. Ganó las elecciones y asumió el 5 de marzo de 1860. Ya habían ocurrido sucesos de gran trascendencia. Urquiza había derrotado en Cepeda a las fuerzas de Buenos Aires y, tras el Pacto de San José de Flores, se acordó que el Estado rebelde porteño se reincorporaba a la Nación, tras revisar la Constitución de 1853. Derqui promulgó las reformas propuestas y Buenos Aires juró la Constitución. Vino a ser, así, el primer presidente de la República unificada.

Su peculiar conducta le fue creando pronto una situación difícil. Derqui se mostraba públicamente devoto de Urquiza, a quien debía el cargo; pero a la vez trataba de congraciarse con el gobernador de Buenos Aires, general Bartolomé Mitre. La historiadora Beatriz Bosch critica esa “línea política sinuosa y en su mayor tiempo dual, producto quizás de silencioso egotismo y de encontrados resentimientos”.

“Acción intermitente”

La breve calma que sucedió a la incorporación de Buenos Aires, se vería pronto alterada por escandalosos hechos de sangre. En San Juan, es asesinado el gobernador José Antonio Virasoro. El suceso enfurece a Urquiza, pero no a Mitre, quien lo halla comprensible. Se enfurecerá cuando el reemplazante de Virasoro, el liberal Antonino Aberastain, sea batido y lanceado por las fuerzas de Juan Saá, el interventor designado por Derqui para San Juan. Como si fuera poco, el Congreso rechaza a los diputados porteños, que considera ilegalmente elegidos.

Era el presidente “un hombre de acción intermitente”, apunta Enrique Martínez Paz. Sus largos tramos de abulia se interrumpían de pronto por relámpagos de energía. Así, entra en acción cuando el gobernador cordobés, Félix de la Peña, apoya a las milicias del coronel José Iseas, que quieren derrocar a Sáa. El doctor Derqui se traslada a Córdoba en junio: toma el mando de la provincia, declara el estado de sitio, recluta soldados, y dispone reponer por las buenas o las malas al gobernador Pedro Ramón Alcorta, de Santiago, depuesto por los mitristas Taboada.

Batalla de Pavón

Todo esto significa apoyar a Urquiza, pero éste desconfía definitivamente de Derqui. Piensa que está arreglado con los porteños, y más cuando descubre cartas comprometedoras que parecen revelar ese entendimiento.

En julio, el Congreso declara sediciosa a Buenos Aires y autoriza a hacerle la guerra, que encarará el ejército nacional a órdenes de Urquiza. El choque con el que comanda Mitre se produce el 17 de septiembre de 1861, en la batalla de Pavón. El encuentro es favorable a Buenos Aires, aunque no decisivo: Urquiza desbanda la caballería enemiga, pero los porteños rompen su infantería. De todos modos, Urquiza se retira “al tranco” del campo. Días después, Derqui dispone cambios en el ejército, incluido el reemplazo de Urquiza en la jefatura, “por razones de salud”. No tienen efecto alguno. En realidad, el vicepresidente ya es una pieza sin importancia. Lo que sigue será conducido por Urquiza y por Mitre.

Después

Se inicia entonces el largo proceso (imposible de detallar aquí) de negociaciones entre ambos, con abundancia de propuestas, tanto las escritas como las verbales que llevan emisarios. Su esencia es que Urquiza no quiere más guerras y se resigna a que Mitre controle la República.

El 1 de diciembre, Entre Ríos reasume por ley su soberanía. Esto deja al Gobierno Nacional sin rentas, sin ejército y sin su capital de Paraná. El vicepresidente Pedernera dicta entonces, el 12, un dramático decreto: declara “en receso” el Ejecutivo Nacional, hasta que por un Congreso o por “la forma más conveniente”, se salve la situación.

En abril de 1862, las legislaturas provinciales delegan en Mitre el Ejecutivo Nacional. El 25 de mayo, se integra el nuevo Congreso, y el 5 de octubre triunfa en las elecciones la fórmula presidencial Bartolomé Mitre-Marcos Paz, que asume el 12 de ese mes.

A todo esto ¿qué ocurre con Derqui? A pesar de su condición de presidente, ha sido el convidado de piedra en todas las negociaciones entre Urquiza y Mitre.

Renuncia y exilio

Un mes y diecinueve días después de Pavón, el 5 de noviembre, había enviado una nota al vicepresidente Pedernera. “He llegado a convencerme de que mi presencia al frente de la Administración Nacional se toma como un obstáculo para el arreglo de la actual situación de la República, tan dañosa ya a los intereses y al honor de ella. He resuelto pues, en consecuencia, separarme de hecho. En mi renuncia que elevaré al Congreso Federal, detallaré las razones que me determinan a tan grave paso, en el que juro no tiene parte alguna la presencia del enemigo”.

El mismo día parte a Montevideo en la nave inglesa “Ardent”. A la altura de Martín García, los porteños pretenden arrestarlo. Pero se detienen cuando el capitán les advierte que los buques británicos “no acostumbran entregar a los refugiados políticos que se acogen a ellos”.

Tres años más tarde, intenta regresar a Corrientes, donde estaba su familia, pero como el gobernador Manuel Lagraña amenaza encarcelarlo, vuelve a partir a la capital uruguaya.

Muerte y complicación

En 1864, Rufino de Elizalde, en carta a Mitre, pide por Derqui: cuenta que vive pobremente en una fonda de Montevideo, donde debe ya varios meses, y no sale de su cuarto. Piensa que “esto no puede ser, no es decoroso”.

A fines de ese año, Derqui puede volver a Corrientes, junto a su esposa y sus hijos. Mejora su fortuna. Empieza a ejercer la abogacía y atiende su pequeña chacra “Santa Catalina”. Cuando estalla la Guerra del Paraguay, su correspondencia demuestra la atención y la angustia con que seguía esas peripecias. Isidoro J. Ruiz Moreno transcribe párrafos que lo muestran como “un minucioso cronista de la guerra”.

Antes de que concluyera la sangrienta contienda, murió el doctor Santiago Derqui, el 5 de septiembre de 1867. Sus restos demoraron un par de días en inhumarse, a causa de aquella excomunión que le había impuesto el obispo Lascano más de tres décadas atrás. Levantada la sanción por gestiones del doctor José Roque Funes, pudo ser enterrado en la iglesia de Santa Cruz de los Milagros. Allí yacen hasta hoy los restos del “presidente olvidado”, en “una urna de rica madera con el escudo argentino tallado”. (La Gaceta)


Domingo, 30 de agosto de 2015
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