Lorena Muñoz cuenta detalles y secretos del rodaje de Gilda La directora de la esperada biopic que se estrena este jueves, protagonizada por Natalia Oreiro además relata la curiosa historia de cómo, en un sueño, la mítica cantante le pidió que hablara con su hijo.
El rodaje demandó ocho intensas semanas, pero el trabajo de documentación previa, mucho más. El resultado, impecable. El rodaje demandó ocho intensas semanas, pero el trabajo de documentación previa, mucho más. El resultado, impecable.
Lorena Muñoz es, esencialmente, una cineasta de alma, convencida de la magia que produce “ese ejercicio de retener un momento y volverlo perdurable”.
Porteña de 44 años, es madre de Simón (14) y Antonio (11), fruto de su relación con Benjamín Avila (director de Infancia clandestina), de quien se separó hace cinco años.
El mundo del cine ya la reconocía como exquisita documentalista, pero ahora su rostro se multiplica por el inminente estreno de Gilda, no me arrepiento de este amor, la biopic de la eterna reina de la bailanta. Lorena la pensó, soñó, escribió y dirigió con pasión, como le sucede con cada proyecto que encara. Este jueves 15, cuando finalmente se estrene en todo el país, habrá cerrado el círculo. Y seguramente comenzará a trazar uno nuevo.
–¿Cuál era tu visión sobre Gilda antes de la película, Lorena?
–Me gusta desde siempre. Primero me interesó como cantante. Me parece que sus letras son espectaculares, y también este tema de la mujer que, de alguna manera, se impone en un ambiente del cual no forma parte. Viene, incluso, de otro estrato social: una maestra jardinera que a los 30 años empieza desde cero, y en cuatro años hace una carrera meteórica.
–¿Cómo surge el proyecto de hacer un film basado en su vida?
–Conocí a Natalia (Oreiro) cuando produje Infancia clandestina; ella me propuso que le mostrara algún guión. Empecé a pensar qué podía ser... En algún momento, escuchando un disco de Gilda, me pregunté por qué nadie había hecho una película sobre ella. A Natalia le encantó, pero me dijo: “Va a estar difícil conseguir los derechos”. Fui a ver al abogado de Fabricio (hijo de Gilda y único heredero); estuvimos un tiempo con idas y vueltas... Nunca se concretaba. No quería entusiasmarme con algo que después se frustrara. Y una noche soñé que ella me hablaba y me decía: “Andá a ver a mi hijo”.
–¿Gilda te habló en un sueño?
–Fue así, realmente, como te lo cuento.
–¿Hasta entonces no habías visto a Fabricio?
–No. Y me enteré que él había vuelto a vivir en su antigua casa después de 15 años, y que acababa de ser papá. Pensé: “Voy y le toco el timbre”. Me atendió la mujer. Le dije: “Perdoname que venga así... No estoy loca. Quiero hacer la película… Me gustaría conocer a Fabricio”. Le dejé una tarjeta de la productora con una cartita que había preparado. Luego fui una segunda vez: le llevé mis películas. Y una tercera, para entregarle una carta que le escribimos con Natalia, contándole lo que queríamos hacer. Ella, además, le grabó especialmente una versión de No me arrepiento de este amor.
–Más no se podía hacer...
–No, ja ja... Y bueno, a los pocos días me llamó el abogado y me dijo que Fabricio se quería reunir conmigo. Para él era importante que no habláramos de su madre como una santa, con lo cual estuvimos de acuerdo. Siempre tuve en cuenta que para nosotros es Gilda, pero para él es su mamá... Fabricio la perdió a ella, a su hermana y a su abuela en el accidente, y era muy chiquito... Lo que la gente deposita en Gilda –su fe, su creencia–, va en cada uno.
–¿Cuánto le dio Natalia a este proyecto?
–Uff... Impresionante. Se convirtió en Gilda, dejó de ser ella misma. A todos nos pasaba de verla en las escenas, mirarnos y decir: “Es Gilda. Acá está igual”. Es una brillante actriz dramática, que se puso la película al hombro y fue la más trabajadora del equipo entero.
–¿Cuánto tiempo llevó filmarla?
–El rodaje, ocho semanas. Intensísimo. Sentí mucha presión, porque estaba hablando de un mito. Le puse todo de mí. ¡Soñaba todas las noches con ella!
–Cuando te pusiste a indagar, ¿qué cosas te sorprendieron de Gilda?
–Lo que más me impactó fue tratar de entender esa popularidad, ese ángel... Era distinta, auténtica, como una especie de predicadora con el público. Y eso la volvía muy mística. El espectador siente que le habla a cada uno, como si supiera el dolor que siente el otro. “No dejen que les corten las alas”, les decía. Era impresionante. Por Eduardo Bejuk. Fotos: Fabián Mattiazzi. (GENTE)Domingo, 18 de septiembre de 2016
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