Brexit: un portazo a Europa que repercute en el mundo La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, votada en referéndum, es tan grave por lo que representa en sí misma, como por sus probables réplicas europeas.
La mutación que ha producido Gran Bretaña con el portazo inesperado a la Unión Europea es de tamaño colosal. Mientras en América Latina apenas lo estamos percibiendo, hay una sensación creciente de catástrofe en Europa y del otro lado del Atlántico. Un nuevo ciclo peor que el anterior está comenzando.
Pero, aún más grave, este movimiento promete un efecto imitación impulsado en todo el continente por la legión de nacionalistas y neofascistas que hoy están festejando de un punto al otro del mapa europeo. Suponen que llegó su momento. Son los espectros que este grave episodio esta despertando. Es difícil no imaginarlo pero el estupor con el cual amaneció el mundo esta madrugada, quizá incluso sea un ejercicio del próximo noviembre en las elecciones de EE.UU.
En ellas Donald Trump, un magnate de visión frívola y superficial que ha hecho de la levedad un patrimonio, busca la presidencia con los mismos argumentos aislacionistas que han llenado el relato de los bandos ultras británicos a los que acompañó y ayer felicitó.
Desde Francia a Holanda, Alemania, Austria o Suecia crece desde hace tiempo un movimiento contrario a cualquier forma de integración. Esos partidos populistas se abrazan a la razón de las fronteras y los muros y revolean el desprecio al otro, al extranjero y al diferente, detrás de la ilusión de romper de ese modo con este ciclo largo de vacas flacas.
Es una simplificación que compite en gravedad con el extraordinario retroceso de convertir en escombros la noción cosmopolita posnacional que ha venido desarrollándose desde la posguerra con hitos como la moneda común europea.
Los propulsores del Brexit, como el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, basaron su campaña en un puñado de supuestos. Entre ellos, los beneficios de desprenderse de la burocracia interminable de Bruselas; de su autoritarismo gerencial y, últimamente, para cerrar las puertas a una inmigración convertida en el satán de la etapa. La realidad con la cual ya están embistiendo quienes votaron por esta independencia que celebran no casualmente Marine Le Pen o el propio Trump, es que el Reino Unido coloca la mitad de sus exportaciones en el continente. Hay decenas de acuerdos comerciales que hacen posible ese comercio y regulaciones que Londres no podrá eludir y persistirán. Lo que ha conseguido el Reino es sacrificar su influencia y su capacidad de negociación a cambio de una fantasía.
La visión de ese abismo explica el derrumbe que registró ayer la libra a su nivel más bajo desde 1985 debido a la fuga de los capitales a otras monedas, como el dólar que se revaluará, y metales como el oro.
La banca de EE.UU. tiene 40 mil empleados en Londres y ha venido preparando un plan de migración de sus sedes fuera de Gran Bretaña si se producía el resultado que ha sido. La consecuencia de esos movimientos, acelerados además por el pánico y el impresionismo, será un recorte de ingresos para el país, dificultades laborales y de estrechamiento presupuestario.
Es un error suponer, sin embargo, que quienes desde la calle votaron por la ruptura, lo hicieron abrazados ciegamente a los fanatismos y las entelequias de los relatos del nacionalismo. Un analista de la BBC acumulaba en la madrugada de la votación, cuando todo parecía estar jugado, tres elementos para explicar la decisión del electorado: la inmigración; el temor por el terrorismo que también promueve xenofobia y la recesión.
El último es, en verdad, la madre de todos estos males. Gran parte del voto rupturista se alimentó de un amplio sector de trabajadores, también del Partido Laborista, que ignoraron la orden de sus dirigentes de respaldar la permanencia. Lo hicieron defraudados porque su calidad de vida se ha deteriorado a igual ritmo que se ha retirado el Estado de esa agenda social. Allí y en toda Europa. Esa gente asume la inmigración como un peligro adicional a esas calamidades.
Como esa crisis no ha hecho más que crecer acentuando los extremismos nacionalistas, fue el propio David Cameron quien impulsó este referéndum para arrebatar el discurso de los euroescépticos de su propia fuerza.
Repetía así una maniobra que en 1975 intentó el gobierno laborista de Harold Wilson, también muy presionado por una corriente contraria a la unión. Pero aquella consulta acabó con una victoria de 67,2% a favor de la permanencia. Eran otros tiempos, otros líderes y había mayor optimismo. Cameron, en cambio, no advirtió que se precipitaba sin paracaídas. No ha sido su única ceguera.
La crisis económica que estalló a nivel global en 2008, y que no ha desaparecido pese a los discursos vacuos de los optimistas, ha producido un cambio radical a nivel social en el mundo. Hay una concentración sin precedentes de la riqueza con océanos de excluidos como no se veía desde los años 90.
El proceso de acumulación arremete, además, con éxito sobre los restos del Estado Benefactor presionando para transferir los presupuestos estatales a la estructura privada. En 2010, dos años después del inicio de la gran crisis, 388 individuos poseían la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad, según la ONG Oxfam.
Hoy el número de super ricos se ha reducido, son 62 pero con igual concentración. Al mismo tiempo, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la población mundial se encogió 38%.
Europa ha vivido terremotos económicos en países como España o Grecia e Italia, que revivieron pero con sus sociedades en muchos casos resignando lonjas de calidad de vida.
El caso español es paradigmático y de ahí el efecto en la política y su crisis actual. Este escenario general europeo explica mucho de la agitación de este presente. Por iguales motivos, aparecen alternativas como la que se reafirma en EE.UU. y la oleada de populismos derechistas u oportunistas de dudoso socialismo que navegan sobre estas olas de frustración.
Si esa vereda sigue creciendo la humanidad avanzará a un mundo encerrado, de fronteras y muros y hostilidades como pocas veces se han visto. Es una jornada de miedo.Domingo, 26 de junio de 2016
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