Vie 29 de Noviembre de 2024
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Multitudes: de Las patas en las fuentes al 9 de diciembre

No es un descubrimiento la afirmación de que las multitudes en la historia argentina constituyeron desde siempre un campo de reflexión incómodo para una epistemología de los movimientos sociales, campo de reflexión la mayoría de las veces inclinado más a la reacción por el orden subvertido que a la mirada descarnada que busca identificar y desentrañar nuevos actores políticos.

No casualmente, la irrupción de las multitudes en el panorama de la hegemonía de un poder sin contrapesos visibles se da con la aparición en escena de los inmigrantes y las corrientes políticas de izquierda en una Argentina de cara al Centenario que buscaba verse reflejada en la Europa “blanca” y “civilizada” de un Antiguo Régimen no del todo desenquistado y todavía no sacudido por la retirada estrepitosa provocada por las reconfiguraciones de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, de la Revolución Rusa.

Pero el punto de no retorno de las relaciones entre las multitudes argentinas y su interpretación conservadora se da con el peronismo, más específicamente el 17 de octubre de 1945. Ese día, el “aluvión zoológico” que el diputado radical Ernesto Sammartino vio, despectivamente, en los militantes peronistas, ganaron las Plaza de Mayo para reclamar por su líder, emergidos de las profundidades de las fábricas, de los talleres, del jornal y el trabajo en negro para irrumpir pidiendo a los gritos por Perón pero también, y quizás de manera más significativa, por una herramienta que les permitiera torcer el rumbo de su historia y, con ella, el de la Historia. El poeta Leónidas Lamborghini supo ver el simbolismo medular de aquella invasión de cabecitas negras, postergados, desclasados, obreros rasos, costureras y peones al epicentro de la argentina ganadera, terrateniente, europeizante y culta, la Plaza de Mayo, y plasmó la fotografía verbal eterna: las patas en las fuentes.

Con una palabra brutal (las patas remiten a lo animalesco, a la irreflexión, a la acción salvaje), Lamborghini comparte el sentido de violación necesaria del espacio construido con arte, con sentido estético (las fuentes de la Plaza profanadas), para demostrar que la Argentina mestiza y de pelo duro era una realidad que ya no se podía tapar con la mano. Con ese acto, fotografiado y elevado a la categoría de emblema, esa Argentina oscura nacía a lo que le era desconocido hasta ahí: la ideología política, el ejercicio de la identidad política que las elecciones de caudillo y parroquia reprimieron tan exitosamente con sus prácticas espurias que oponían la legalidad a la legitimidad de un gobierno.

Las elecciones del 22 de noviembre dejaron un mapa profundamente dividido que el análisis tradicional no sabe, de nuevo, desentrañar sin el auxilio de la adjetivación escandalizada o de la insustancialidad de la asepsia conceptual. Así, se reduce a su mínima expresión el contenido político de una transición difícil, dejando primar las cuestiones formales sobre las profundas. Es que la política- palabra cuidadosamente borrada del lustroso discurso de gurú de la “conciencia correcta” Mauricio Macri- no es un conglomerado de gestos corteses y frases de ocasión, y la mayoría de las veces tiene que ver con la exteriorización de espasmos ocultos o pretendidos ocultar por el orden establecido.

Uno de ellos, la convocatoria del 9 de diciembre significó todo un nuevo panorama de actividad política que los defensores a capa y espada de los circuitos de decisión general protocolares no reconocen como significativa (en el mejor de los casos), o la sitúan en la galería de peligrosa para la vida institucional o directamente sediciosa (en el peor). Lo cierto es que esa multitud, una vez más, reafirma una ideología que ya no es partidaria sino que se erige como la ideología en tanto colectivo de ideologías, tornada mala palabra por el argot neoliberal reimpuesto por Macri aún antes de su puesta en funciones real (a propósito de ello, resulta una toma de posición clara en el sentido de la supresión de la ideología la intención de su designada canciller, Susana Malcorra, de “desideologizar la política exterior”).

La convocatoria del 9 de diciembre, viralizada desde las redes sociales como 9- D, viene a ponerle peso simbólico a la determinación de casi un cincuenta por ciento de electorado que se ubica, con sus necesidades de prosecución de políticas en las que se sintieron contenidos, en las antípodas exactas de un cambio cuyos alcances Macri, receloso de definiciones concretas, se cuidó muy bien de explicar en qué consiste.

El temor de Macri a la emergencia de las multitudes situadas en el foco de la oposición se explica por la inexistencia concreta de una política ideológica en el confuso tinglado de figuras con las que llegó al poder y que abarcan desde el progresismo de centro izquierda a la derecha dura, unidas más que nada por la falta de peso específico individual de sus partidos.

Esta endeblez tornará a Macri sumamente sensible a una manifestación social a la que no podrá hacer frente más que con los aparatos de represión, por carecer de estructuras de base con las que disputar territorio a cualquier tipo de activismo. De ese modo, puede inferirse que una seguidilla de medidas plebiscitadas en la calle será para el gobierno neoliberal de Macri una de las principales preocupaciones, independiemente de los alineamientos que el Poder Legislativo se imponga al respecto.

Contra todo pronóstico, la resistencia será mucho más que un impreso retórico, sino más bien la exteriorización concreta de unas multitudes que se niegan a retroceder y a resignar su papel como constructores de sentido legítimos y opuestos a la hegemonía de la uniformidad que pretende anular, ante todo y por considerarla su enemigo atávico, el sentido de pertenencia de clase.

Paradójicamente, una de las consecuencias directas de la anulación del debate político- sostén necesario del capitalismo- y del abandono del rol del Estado como garante de los derechos sociales básicos que motorizará Macri será el origen de nuevas corrientes de participación que deberán aggiornar los discursos y crear nuevos ejes en la construcción de sentido.

Esta se centrará, casi seguramente, en un resurgimiento de la retórica de los noventa, centrada en la lucha y la resiliencia ante la vulneración de los derechos, pero deberá incluir altas dosis de voluntad de obtención de un poder popular legítimo que no sólo pueda funcionar como contrapeso que mantenga la tensión social, sino que pueda constituirse en clave en la reconstrucción del tejido social destrozado que sucederá al lapsus de retorno a la faceta más deshumanizada del ejercicio de gobierno: la que hace primar los mercados y el capital por sobre el armado democrático en el manejo de la cosa pública.

Nicolás Toledo


Jueves, 10 de diciembre de 2015
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