Jue 21 de Noviembre de 2024
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Creencias que confunden a la hora de cuidar a tu hijo

En un mundo en el que la sobreinformación, las presiones y las exigencias -propias y ajenas- están a la orden del día en torno a situaciones y momentos disímiles de la vida, el desafío de cuidar y criar a los hijos se complejiza, y adquiere distintos matices.

En esa búsqueda constante de respuestas que persiguen las familias, acompañada por la pregunta intermitente y rumiante de: ¿”lo estoy haciendo bien”?, aparecen -la mayoría de las veces sin pedir permiso- creencias y mitos que, en lugar de clarificar y explicar procesos o etapas de los más chiquitos y simplificar la cotidianidad de sus familias, confunden, se contradicen y hasta llevan a incurrir en todo tipo de equivocaciones, malas prácticas o decisiones erradas por parte de los adultos.

¿Cuántas veces escuchamos decir que los bebés sólo lloran por hambre o por sueño? ¿Con qué naturalidad asumimos que el rol del padre es innecesario en las primeras semanas de un recién nacido? ¿Por qué repetimos, sin cuestionarnos, que promover que los más chicos duerman siesta no sirve para nada y perjudica su descanso nocturno?

En la previa del Día de la Madre y con la experiencia de distintos profesionales especializados en la primera infancia, LA NACION hizo un repaso por varias de esas creencias frecuentes con el fin de reconfirmar presunciones, abandonar relatos que se transmiten de generación en generación como si fuesen reales, y poner sobre la mesa convicciones, que tienen reparos o excepciones y quedan a mitad de camino entre mitos y realidades.

El puerperio o postparto es la etapa que comienza después del nacimiento. Dicho de otro modo, es el periodo durante el cual retroceden todos los cambios que se produjeron en el cuerpo de las mujeres durante el embarazo. Carlos Nacach, jefe de Obstetricia de la Clínica y Maternidad Suizo Argentina, especifica que se habla de: puerperio inmediato (las primeras 24 horas después del parto); puerperio mediato (desde las 24 horas hasta los 10 días); puerperio alejado (hasta los 40 días); y puerperio tardío (hasta el año aproximadamente).

Los cambios más importantes que se producen durante este tiempo son:

●En el aparato genital: aparecen los loquios, o pérdidas hemáticas después del alumbramiento, y el útero disminuye para volver a su tamaño habitual
●A nivel hormonal: se favorece la producción de leche y se instaura la lactancia materna
● Además, se eliminan los líquidos que se retuvieron durante el embarazo
● La fecha de la reaparición de la menstruación suele ser muy variable y dependerá de si se realiza o no la lactancia materna.

Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda postergar el primer baño del bebé hasta 24 horas después del nacimiento, es importante aclarar que no es necesario hacerlo de inmediato ni todos los días mientras el muñón del cordón umbilical esté adherido a su cuerpo.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que los primeros baños “no suelen ser tan de película como se piensa”, sostiene Jimena Le Bellot, médica pediatra, autora del libro Criando con amor y creadora de la exitosa cuenta en Instagram @soymamaypediatra, al intentar desromantizar esta situación. En consonancia, sugiere: “Hay que ir sacándole la ropa de a poco, ir al baño y calefaccionarlo, meterlo de a poquito en el agua, mojarle primero el piecito, después el otro piecito, y así. Es fundamental ponerse en el lugar del bebé, que está calentito, tranquilo y, de golpe, lo desnudan todo y meten al agua”.

Antes de que se le caiga el cordón, se lo puede higienizar con esponja y jabón, en forma delicada y lo más breve posible. Luego, una vez que el cordón desaparece, tampoco es obligatorio hacerlo a diario, ya que se trata de un bebé chiquito, que no se mueve, está a upa y no se ensucia. “Probablemente sea suficiente bañar al bebé tres veces por semana durante su primer año. Hacerlo con más frecuencia podría resecar su piel”, advierten desde la American Academy of Pediatrics.

Es clave saber que el llanto es el medio de comunicación de los bebés hasta que puedan hablar por sus propios medios y, por ende, reemplazar esas lágrimas por palabras.

Los más chiquitos pueden llorar por múltiples motivos, más allá del hambre y del sueño. Si bien ambas razones están entre las más frecuentes de la lista, también se producen llantos por el pañal sucio, los cólicos, las demandas de atención o incluso la sobreestimulación a la que, a veces, se ven expuestos.

“Los llantos tienen siempre un propósito. Como no pueden hablar, lloran para decirnos que necesitan algo o que algo les molesta”, explica Valeria Blumetti, médica pediatra, especialista en Infectología y Coordinadora del Servicio de Pediatría de la Clínica Zabala-SMG. Y enseguida subraya: “Es importante recordar que cada bebé es diferente y que siempre es bueno atender su llanto, con cariño y paciencia, para asegurarse de que esté cómodo y se sienta seguro. Si llora, es porque algo le pasa”.

Un estudio elaborado por Trendsity -consultora boutique especializada en proyectos de investigación de mercado-, realizado sobre un total de 166 madres primerizas y 51 padres primerizos, con bebés de entre 0 a 9 meses, en marzo de 2024, destaca que “el 69% de los padres primerizos desean tener una paternidad más activa que la que recibieron de sus padres como modelo”, y también que el 86% de esos mismos padres “cree que en los primeros meses de vida del bebé su rol como padre es tratar de apoyar emocionalmente a la madre”.

En sintonía con estos resultados y especialmente en las primeras semanas de la vida de un bebé y su llegada a la familia, es primordial tener presente la figura del padre y el lugar central que ocupa en el equipo que integran con la madre desde el embarazo.

“Las primeras semanas suelen ser difíciles, maravillosas, pero por momentos agobiantes. Las madres dormirán menos y deberán adaptarse a nuevos cambios en su rutina. El apoyo emocional, involucrarse en la crianza y el cuidado del nuevo integrante, apoyar a la madre colaborando en las tareas del hogar y en el cuidado de otros hijos, estar presente y disponible cada vez que la madre lo necesite son roles que los padres pueden ocupar y que los convierte en pilares de apoyo fundamentales. La crianza es así una responsabilidad compartida”, enfatiza Ana Pedraza, jefa de Neonatología de la Clínica y Maternidad Suizo Argentina.

Por otro lado, resulta interesante traer a colación aquí una reflexión que nos comparte Maritchu Seitún, psicóloga especializada en orientación a padres y referente en crianza, en torno al sostén que ofrece el padre a la familia: “Donald Winnicott, psiquiatra y psicoanalista, decía que el papá cuida a la mamá para que ella cuide al bebé. Esa es una tarea importantísima, pero además le enseña al bebé otra forma de vivir, le presenta el mundo externo para que pueda conocerlo y disfrutarlo, entra en la díada mamá-bebé y los enriquece a ambos con su entrada, porque tiene un manejo diferente de las situaciones, porque juega de otras formas, porque celebra temas distintos, porque acompaña, protege, mima a su manera. Es muy rico para el bebé contar con dos figuras de apego, dos referentes, y es muy rico para la mamá ser equipo y no estar sola”.

Al amamantar surgen muchas preguntas acerca de los hábitos previos a la llegada del bebé y su continuidad post nacimiento. Una de las más comunes gira en torno a qué pasa con la toma de medicamentos por enfermedades crónicas, y también qué ocurre si nos sentimos mal o enfermamos y tenemos que consumir algún remedio para curarnos. ¿Se sigue con esta práctica o hacerlo interrumpe la lactancia?

“La gran mayoría de las medicaciones son compatibles con la lactancia, y no representan riesgo alguno para el bebé. Por el contrario, con todo lo que sabemos hoy acerca de la lactancia materna, en general son muchísimos más los beneficios que brinda al bebé continuar con la lactancia, que el potencial riesgo que pueda tener una medicación. Lamentablemente, se sigue aconsejando suspender lactancias por drogas que muchas veces no tienen un riesgo alto demostrado”, explica la médica pediatra Johanna Romero, formada en crianza respetuosa, lactancia y pedagogías centradas en la infancia. Y amplía: “Por eso es importante hablarlo con un profesional de salud que acompañe, para evaluar con información actualizada si es realmente necesario el tratamiento, si existen riesgos demostrados u otras opciones, y cómo continuar cuando es necesario suspenderla”.

Como referencia, hay sitios donde se puede consultar sobre medicaciones, procedimientos médicos, anestésicos, entre otros, como el sitio web e-lactancia.org. Se trata de herramientas útiles para evitar casos de abandono innecesario de la lactancia materna y/o consultas en fuentes de información que no son suficientes ni adecuadas, como los vademécums.

El punto de partida es saber que los bebés necesitan dormir más horas que los adultos, y que hay conceptos y técnicas que se pueden incorporar, según las distintas edades, para promover ese descanso. “Todo se puede ir haciendo de forma gradual y tampoco hay que compararse. Hay que entender que es un proceso y que como tal lleva su tiempo y compromiso”, asegura Lucila Pistiner, consultora en sueño infantil.

Cuando los más chiquitos no duermen durante el día y no siguen rutinas preestablecidas por las familias, el efecto que se produce es el contrario al que se quiere lograr: “Si se los sobrecansa o sobreagota, vamos a generar justamente el efecto opuesto, que es un bebé que llega a la noche en estado de hiperactividad y que no lo vas a poder dormir tan fácilmente, porque su cuerpo no se puede relajar, y que cuando lo logres, va a tener más despertares nocturnos de los que hubiera tenido originalmente”.

Por esa razón, en palabras de la especialista, la siesta se convierte en algo sagrado: “Los bebés necesitan dormir siesta. Hay todo un proceso en el cual es importante recargar combustible, porque también lo que vamos a hacer con las siestas que van durmiendo durante el día es reducir los niveles de cortisol. Si no los bebés van acumulando cortisol, que es la hormona del estrés, y llegan a la noche en un estado que nadie los puede relajar y dormir”.

El mundo de la alimentación complementaria, que suele ocurrir a los seis meses de un bebé, abre un mundo nuevo, una etapa de juego y de exploración tan amplio que algunas familias celebran con entusiasmo y otras miran con escepticismo y cierto desconcierto.

En los últimos años, métodos como el Baby-Led Weaning (BLW) o premisas que interpretan a la alimentación como una actividad sensorial empezaron a ganar terreno en detrimento de otras prácticas, y con ellos aumentaron los temores de los efectos que trae comer de esta manera.

Para despejar todo tipo de dudas, no existen formas de evitar que el bebé se atragante mientras come. Lo que ayuda a reducir esos episodios es conocer cómo ofrecer y presentar los alimentos. “Si bien podemos mezclar alimentos con distintas consistencias, tenemos que saber que, al principio, debemos evitar las cosas duras y redondas. Por el otro, los bebés deben comer tranquilos, sin sueño, y cuando empiezan a caminar, sin correr. Hay que ofrecer los alimentos adecuadamente, pero cada vez se está comprobando más que, a largo plazo, van aprendiendo a gestionar las texturas. Es muy distinto comer en una cucharita un poco de puré, que otro tipo de alimento. Todo el movimiento oral es diferente, la deglución, la masticación y la coordinación. De todas formas, la arcada va a ocurrir. Esa arcada que nos frena el corazón es parte de la alimentación y del proceso de aprendizaje”, enfatiza la pediatra Melisa Jurozdicki, especializada en nutrición infantil y selectividad alimentaria.

En la previa de la vuelta al trabajo, post licencia por maternidad, el supuesto de “ponerle cabeza al regreso y jerarquizar tareas” se transforma en una verdadera aliada antes de retomar la actividad. Más allá del funcionamiento general de la casa y la elección de quienes cuidarán de tu bebé, decidir cómo será la alimentación de tu hijo a partir de ahora, qué lugar ocupará la lactancia y si avanzarás o no en el armado de un banco de leche para cubrir las horas en las que estarás fuera, son parte de ese listado que te ayudará a gestionar mejor el arranque de una nueva etapa.

¿Es posible compatibilizar la lactancia materna con el trabajo? Florencia Tolini, coordinadora del Servicio de Puericultura del Hospital Universitario Austral, confirma que sí, aunque advierte que este proceso sufrirá algunos cambios en términos de rutina y cantidad. Por eso, remarca la importancia de contar con el asesoramiento y acompañamiento de una puericultora para armar un banco de leche con anticipación (unos 15 o 20 días antes de regresar), y priorizar la teta por encima de la mamadera o incorporar esta última cuando sea estrictamente necesario.

Entre los puntos a considerar, establece: siempre realizar una correcta higiene de manos antes de comenzar a extraer leche; buscar un lugar tranquilo y adoptar una posición cómoda para realizar la extracción; y hacer algunas inspiraciones profundas previas a fin de estimular más la oxitocina, la hormona que favorece la eyección de la leche materna. Además, señala que es posible unificar las extracciones realizadas en el mismo día, es decir, guardar en el mismo recipiente lo que se extrajo a la mañana, a la tarde y a la noche.

Para algunas familias, el cumpleaños de dos años de su hijo o el inicio de la sala de dos en el jardín se convierte automáticamente también en el comienzo de una etapa que, por error, asocian al calendario o, incluso, a veces a una estación, como el verano.

El control de esfínteres, o dejar de usar pañales, retener las ganas y poder ir al baño solo, es un proceso en los niños que escapa a todos estos parámetros. Se trata, en realidad, de un momento madurativo, pese a que arrastra en su historia todo tipo de mitos y creencias que llevan, muchas veces, a los padres a precipitarlo por desconocimiento y a incurrir en equivocaciones. “Hay ciertas cuestiones fisiológicas que tienen que estar dadas, pero siempre se necesita de un ambiente que lo propicie, de adultos que acompañen”, sostiene la psicóloga Laura Francomano, especializada en crianza y neurodesarrollo.

Estamos frente a una etapa en la que el protagonista es el chico, no los adultos, y que implica un paso esencial en su desarrollo: deja de ser un bebé y se convierte en un niño. Es un hito para el que las familias deben prepararse y conocer para saber cómo motivar, sin presiones ni exigencias.

“En líneas generales, es un proceso que suele darse entre los dos años y medio y alrededor de los cuatro años más o menos, edades en las que el niño y la familia están disponibles para dar ese paso. Si bien no es algo atado al verano, tenemos que pensar en la dinámica familiar, y si todo se da y también es verano, porque es más cómodo con la ropa, podemos avanzar, pero no es que sea el único criterio a seguir. Como es un proceso sumamente personal, no lineal, que tiene idas y vueltas, y que requiere paciencia, ensayos y oportunidades, los psicólogos lo vemos como un proceso de aprendizaje, como cuando aprendemos a caminar. Vamos y venimos hasta que por fin está el logro. Hay que siempre tener la mira en ese trayecto y desde ahí posicionarnos”, sintetiza.


Viernes, 18 de octubre de 2024
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