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Mercedes Sosa: de su infancia pobre a por qué dejó de ser peronista


Junto con Gardel y Piazzolla, el mundo la consideró una de las mayores expresiones de la música argentina. Vivió una niñez con carencias pero con una familia que la colmó de amor. Frontal muchos criticaban sus reconocidas ideas de izquierda y ella contestaba. Se despidió el 4 de octubre de 2009 pero sigue viva y vigente en sus interpretaciones

Mercedes Sosa nació el Día de la Patria, el 9 de julio de 1935, a pocos metros de donde en 1816 se declaraba la independencia.

El 24 de junio de 1935 murió Carlos Gardel no habían pasado ni dos semanas cuando el 9 de Julio nació Mercedes Sosa. Ema del Carmen Girón, la mamá solía contar que apenas la beba asomó su cabecita sonaron las campanas del festejo patrio y ella pensó “esta chica es especial”. ¿Intuición de madre? ¿Deseo de mujer? Quizá simplemente, destino.

Cuando la beba nació, su mamá quería llamarla Marta, pero el parto fue complicado así que Ernesto Sosa, para todos Tucho marido y papá de la criatura, aprovechó y le puso el nombre que él quiso: Haydee Mercedes Sosa y así figuraba en su documento. La primeriada no resultó porque como su mamá la llamaba Marta y al final, en su familia todos la llamaban así.


Haydee para el registro, Marta para los suyos y para el mundo la Negra Sosa creció en una familia humilde, en un Tucumán que en pleno siglo XX mantenía condiciones de pobreza y trabajo que eran del medioevo. Para Mercedes, Tucumán quedó ligado para siempre “con ese olor muy fuerte de los azahares que es muy dulce, y con el olor de la cachaza en los ingenios que es un olor feo y penetrante”. Como los aromas, sus recuerdos de infancia mezclaban lo lindo y lo feo, lo triste y lo maravilloso. En sus juegos no había muñecas porque eran casi casi un objeto de lujo; se entretenía con tapitas de bebidas y piedritas con las que jugaba a la payana. La rayuela era otro clásico y subirse a los árboles con sus hermanos buscando coyuyos. Por las noches bailaba en su cama mientras cantaba “Castillito de arena”.

El Movimiento Nuevo Cancionero, se asentó sobre tres pilares: la pluma de Armando Tejada Gómez, las melodías de Matus y la voz de la Negra. En febrero de 1963 publicaron un Manifiesto, que pregonaba la búsqueda de una música nacional de contenido popular; que apuntaba a integrar la diversidad regional del país y depurarla de convencionalismos tradicionalistas.
El Movimiento Nuevo Cancionero, se asentó sobre tres pilares: la pluma de Armando Tejada Gómez, las melodías de Matus y la voz de la Negra. En febrero de 1963 publicaron un Manifiesto, que pregonaba la búsqueda de una música nacional de contenido popular; que apuntaba a integrar la diversidad regional del país y depurarla de convencionalismos tradicionalistas.
En su memoria quedó grabada para siempre esa víspera de Reyes en la que con sus hermanos recolectó piedras, pasto y agua para dejárselas a los camellos. Estaban en plena faena cuando su papá los reunió y les dijo que los Reyes no llegarían. “Ahí nos dimos cuenta de quiénes eran los Reyes, por la tristeza de mi papá. La tristeza tan tremenda de ese hombre sin trabajo”. Esa noche hubo una tremenda tormenta que arrasó Tucumán y al padre le sirvió de excusa para explicar por qué los Reyes no habían pasado. Vaya a saber si lo que se percibió tormenta no fue una disculpa de Dios por ese mundo que pensó paraíso y se sintió miseria.

De chica “la Marta” era brava, con sus hermanos “Chichi” y “Cacho” solían divertirse a los almohadonazos, pero no los blanditos actuales sino unos duros y pesados que su mamá armaba con trapos. La vez que ellos le rompieron su única muñeca se “vengó” tajeándoles con un cuchillo su única pelota de fútbol.

Al papá de Mercedes la realidad le mostraba que a veces lo difícil no es morir sino seguir viviendo. Trabajó pintando trenes en Tafí Viejo pero quedó cesante. Consiguió una changa en el ingenio que peor pagaba y al que llegaba luego de caminar varios kilómetros a pie, al acabar la zafra se terminó la tarea. Intentó rebuscársela como pudo hasta que no pudo más. Se vino a Buenos Aires a trabajar de estibador en el puerto y la tristeza se le instaló en el alma. Muy apegado con sus hijos los extrañaba y lo extrañaban. Se volvió y consiguió conchabo en un aserradero que dejó no por holgazán sino por pobre. Delgado no por dieta pero sí por mala alimentación, el aserrín le causaba severos problemas en los pulmones. Entre morir o sobrevivir, eligió lo último. Otra vez sin trabajo, un pariente diputado por el peronismo le consiguió un puesto en la Caja de Previsión Social pero sobre todo, le devolvió la dignidad.

“Lo difícil es saber lo que una quiere con el canto. Cantar no es sólo abrir la boca y largas hermosas notas, el canto es mucho más profundo”, afirmaba Mercedes Sosa
“Lo difícil es saber lo que una quiere con el canto. Cantar no es sólo abrir la boca y largas hermosas notas, el canto es mucho más profundo”, afirmaba Mercedes Sosa
De los tiempos malos, a Mercedes le quedó el recuerdo de su mamá, lavandera, dando vueltas el cuello de las camisas que le regalaban las patronas para que la prenda tirara un poco más o esa vez que para comer solo había trigo y sal, pero doña Ema les dijo “Esta noche, pavo” y rieron y olvidaron. A veces la abuela Genoveva preparaba un guiso asopado que se saboreaba en la oscuridad porque no había luz. Las carencias no impidieron que tuviera una infancia feliz porque su familia era muy unida “con un papá y una mamá que nos ayudaban siempre”. Su mamá no le permitía cocinar ni planchar. Si la hija quería entrar a la cocina, doña Ema se lo impedía. “Yo voy a cocinar, vos tenés otro destino”, le aseguraba recordando aquellas campanas. Llamaba “mi loca” a esa hija que no podía parar de cantar, tanto que la vez que le salió un trabajo en el manicomio no se lo dejó aceptar por temor a que “mi loca se vuelva más loca”.

Quizá porque no tenía nada pero sentía que tenía todo, la hija se la pasaba cantando. “Me mandaban a que vaya a traer ollas de lo de mi tía porque me la pasaba cantando y no podían frenarme. Hasta en los velorios cantaba”. Un día se murió su tío, toda la familia asistió al velorio, y “la Marta” comenzó a cantar ahí donde estaba el muerto y su papá la llevó para el fondo porque no la podía o quizá tampoco la quería callar.

Ya consagrada muchos periodistas al entrevistarla tuvieron el placer de escucharla. Cuando una respuesta no salía o un concepto se demoraba, Mercedes cantaba. Si le preguntaban, por ejemplo, cómo estaba entonaba “Promesas sobre el bidet” de Charly y su “A veces estoy tan bien, estoy tan mal. A veces me siento bien, me siento down. Calambres en el alma”. Lo cantaba así, a capella, con esa voz tan única y entonces, la entrevista dejaba de ser trabajo para ser obsequio o milagro. Y cuando ese periodista llegaba a la redacción y lo contaba -y todavía lo cuenta- uno no podía menos que envidiarlo y prender velas o cruzar los dedos para ser el próximo o tener aunque sea alguna vez un momento similar.

A punto de cumplir 30 años, con un hijo chiquito y un marido que la había abandonado, a Mercedes Sosa no le tembló el pulso ni la voz. Agarró el bombo, llenó los pulmones y cantó “Canción del derrumbe indio” en su primer Festival de Cosquín
A punto de cumplir 30 años, con un hijo chiquito y un marido que la había abandonado, a Mercedes Sosa no le tembló el pulso ni la voz. Agarró el bombo, llenó los pulmones y cantó “Canción del derrumbe indio” en su primer Festival de Cosquín
Fue para la época que el artículo 14 bis de la Constitución otorgó jornada limitada; descanso y vacaciones pagas; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea y protección contra el despido arbitrario que todos los Sosa se hicieron peronistas. Su papá, sus dos hermanos, su hermana, su mamá y por supuesto, Mercedes. “Nunca fuimos peronistas de unidad básica sino de creer en Perón y en peronismo como un cambio profundo para ellos. Una esperanza muy grande para mi gente”.

La primera vez que le tocó votar fue presidenta de mesa. La gente se acercaba con el documento pero también con el carnet del partido y Mercedes debía impugnar esos votos. Se ponían a llorar y le pedían que no lo hiciera “Había un chico radical que al ver el dolor de esa gente y que no los podíamos impugnar a todos, me propuso dejarlos. Porque ese pueblo que casi no sabía leer, decía con orgullo: Miren tengo acá el carnet”. Fue una de las cosas más emocionantes que me han pasado”, contaba la mujer que en 1982 hizo historia con 13 conciertos en el Ópera.

A los 15 años se animó a cantar en “Hoy canto yo” un certamen de radio, tímida se presentó con un seudónimo, Gladys Osorio y entonó “Triste estoy” de Margarita Palacios. Al terminar consiguió un contrato de dos meses y también una paliza de su padre por su atrevimiento. El director de la radio fue hasta su casa para que le dieran permiso. Doña Ema convenció al marido con un “eso que hace la Marta está mal, pero qué lindo canta la nena, ¿no?”.

Todo lo que ganaba se lo entregaba a su mamá. En su casa había una imagen de la Virgen del Valle con una urna y ahí depositaban el dinero. Cada hijo ponía su salario, luego la mamá repartía la plata para que, por ejemplo, pagaran el colectivo. Para comprarse ropa el método era un mes un hijo y el otro, otro. Mercedes aprendió a hacer mucho con poco. Tenia una polera negra, una falda negra, un saco amarillo y otro rojo, pero agregaba un collarcito o un pañuelito de lunares y “cambiaba el look, con los detalles”. Eso sí sufría mucho cuando se le rompían las medias. Eran caras. En 1957 cuando se casó con Manuel Oscar Mathus lo hizo con un trajecito negro porque no tenía plata para comprarse un vestido.

Su voz empezó a ser conocida en su provincia y como estaba en el Partido Peronista pronto se convirtió en la cantante oficial. Cada vez que había un acto, ahí estaba ella cantando -y deslumbrando-, la presentaban como “el orgullo de Tucumán”. Con el tiempo, Mercedes dejó de ser peronista para adherir a la izquierda. “Me volví una gente de izquierda porque comencé a leer. Empecé a estar con poetas, con escritores, con pintores. Fue muy lento el camino”, le contaba a Nora Lafon en 1983.

La joven comenzó a leer libracos enormes “cosas del Partido Comunista” que alguien dejaba en casa y nunca supo quién fue. “Empecé a leer El lobo estepario, Tío Vania, Así se templa el acero, no comprendía nada, para mí era álgebra porque no tenía con quien discutirlo. Ahora me doy cuenta de que eran bastante aburridos”

Le dolía en el alma cuando con los años y la fama, la acusaban de ser una “comunista que maneja un auto alemán”, “es de izquierda pero se fue a vivir en Francia”. Con el tiempo logró no enojarse pero el tema la entristecía y se defendía. “No sé si quieren que viva en un rancho o qué. Desde ya lo digo: no quiero que la gente viva en ranchos; quiero que viva bien, en casas limpias y confortables. Eso es lo que sueño desde hace mucho. Vivo en un departamento que compré en 1973, cómodo pero no lujoso. En París vivía en una casa alquilada que presté a muchos amigos. La gente de derecha dirá una cosa, así como la de izquierda dice otra. Yo sigo mi vida y no pienso mudarme a un rancho porque me critiquen.”


Les recordaba a todos que “yo vivo de lo que canto. No puedo abandonar esto porque más allá que me gusta es mi manera de subsistencia. Yo no tengo otros negocios. Lo único que quiero es seguir cantando el sentimiento de la gente”. Defendía su derecho a expresarse porque “yo, por ser artista, no he sacado patente de idiota. Dicen que una artista no debe opinar de política. ¡Ah bueno!, entonces será una artista idiota”. Sí reconocía que su relación con el dinero era “Malísima porque cuando uno viene de la pobreza es difícil que la plata permanezca”.

Cuando cantaba era capaz de correr las nubes. Cierta vez volvía de un viaje a Brasil y el avión empezó a moverse. La gente se agitaba preocupada y ella se largó a cantar “y dale alegría, alegría a mi corazón”, como en las entrevistas, en los recitales o en su casa de niña en Tucumán. Y las nubes se retiraron. Cada vez que volvían, ella cantaba “las sombras que aquí estuvieron ya no estarán”. Y los pasajeros cantaron con ella y las nubes se fueron. Al cambiar de avión, los que seguían, los tripulantes y los paseantes empezaron a gritar “que no se baje, que no se baje” es que “cuando los ángeles viajan sale el sol”.

La artista que en el Carnegie Hall de Nueva York fue aplaudida sin cesar durante diez minutos, que se presentó en el Mogador de Paris y en Concertegebouw de Amsterdam, que cantó con Luciano Pavarotti, Sting, Andrea Bocelli, Gal Costa, Shakira y Chico Buarke y que grabó con Charly García, Atahualpa Yupanqui, Ariel Ramírez, León Gieco y Gustavo Ceratti entre tantos sostenía que “las personas que se convierten en estrellas no pueden ser felices. Los anónimos son los verdaderos privilegiados”.

Mercedes Sosa marcaba un puente con los nuevos autores que ya no tenían que ver solo con el folclore.
Mercedes Sosa marcaba un puente con los nuevos autores que ya no tenían que ver solo con el folclore.
La cantante amada y admirada que editó 47 álbumes y que vendió un millón setecientos mil discos solía escuchar sus producciones solo las primeras veces, para ver cómo salieron pero luego nunca más porque “a mí no me gusta cómo canto”. Aunque parezca increíble, la artista que fue definida como la voz de Latinoamérica aseguraba que solo le gustaba el momento en que estaba cantando pero no cómo cantaba y agregaba pícara “menos mal que la gente no cree lo mismo”. Cuando el 4 de octubre de 2009, Mercedes se fue de gira más de uno -esta cronista incluida- suplicó “No te vayas Negra tenés mucho que hacer todavía”. Nos quedaron sus canciones y cuando las escuchamos recuperamos algo que no sabemos muy bien qué es pero que sentimos como una caricia o al menos eso pareciera.


Martes, 5 de octubre de 2021
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