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Música: Gillespi y Melero desayunan en Ganímedes

Gillespi y Daniel Melero hablan de “Desayuno en Ganímedes”, el disco en común al que llegaron desde sus universos sonoros diferentes. Colaboración. Melero, que en principio se incorporó al proyecto como productor, terminó participando en la composición y ejecución de los temas.
Colaboración. Melero, que en principio se incorporó al proyecto como productor, terminó participando en la composición y ejecución de los temas.
Muchos se reirán al leer esto, y la mayoría pensará que es pura imaginación o exceso de misticismo ciego. Porque los que ignoran las grandes verdades cósmicas proceden lo mismo que lo hubiera hecho nuestra humanidad del siglo pasado, si les hubiesen hablado de la televisión, de las computadoras electrónicas o de nuestros actuales viajes a la Luna”.

Yo visité Ganímedes , firmado por el ufólogo limeño Yosip Ibrahim, que narra un viaje fantástico al satélite de Júpiter, fue parte de excéntricas lecturas formativas de la adolescencia tanto para Daniel Melero como para Marcelo Rodríguez (o Gillespi), ávidos consumidores de la revista Cuarta Dimensión , de las investigaciones paranormales del Profesor Romaniuk y otras rarezas de “la época en que el fenómeno Ovni estaba en la televisión abierta y no confinado a History Channel”. En 1972 el relato de Yosip profetizaba: “Nuestros sabios (…) que, ingenuamente, pensaban que la Tierra era el único mundo habitado, tendrán que convencerse, muy pronto, de que sólo son como estudiantes de primaria si los comparamos con los habitantes de Ganímedes...” Como es obvio, el anuncio no se cumplió: no fue probada, fuera de la abigarrada ficción de Ibrahim, la existencia de esta civilización extraterrestre. Pero para Melero y Gillespi, las utopías tienen la forma de discos, y el primero que comparten lleva el título (cargado de resonancias esotéricas) de Desayuno en Ganímedes .

El proceso comenzó con una serie de demos que Gillespi –compositor, trompetista requerido por la elite del rock nacional y hombre de radio, entre otras cosas– envió a Daniel Melero –cuya trayectoria, partiendo del tecno, atraviesa un arco amplio, incluido un notable capítulo como productor de Soda Stereo, pero se asienta, antes que en ningún otro crédito, en un sentido de la innovación que viene demoliendo certezas desde hace más de tres décadas. Después de varios meses de trabajo, con el disco conjunto a punto de aparecer, los dos están sentados cerca de la barra bien surtida de un bar céntrico, y reconstruyen el proyecto en una entrevista con Ñ que, por momentos, se convierte en una charla entre ellos. En el transcurso, Gillespi se define como un melómano y Melero como “un entomólogo que hizo música”, en gestos que sugieren parecida curiosidad por el mundo.

–¿Cómo se produjo el encuentro?
Daniel Melero: –Para mí, el disco empezó un día en que me invitó a un programa de radio, en 2009, y yo sentí que podía hacer música con él. Casi no nos conocíamos, yo tenía una noción y lo había visto muchos años atrás con Sumo, pero fue la primera vez que conversamos. Esa vez improvisamos una canción muy bella, la inventamos en el momento, como quien elabora una minuta. El día que me mandó los primeros temas, después de mucho insistirle para que lo hiciera, entre otras cosas me mandó algo que es un tipo preparando un asado, supongo que es él… Gillespi: –En realidad, estoy prendiendo un hogar a leña.

D. M.: –Bueno, quedó en el disco la toma original, se escucha el crepitar… G: –Fue en las vacaciones de invierno… En una casita en Purmamarca… D. M: –En la que suceden una cantidad de eventos y a lo lejos se escuchan … G: –Sikus… Pasan bandas de sikuris tocando por la puerta de la casa.

D. M.: –Es muy interesante cómo él supo que ese fragmento de tiempo, íntegro, era una composición. Me encantó un instante en la pieza en que lo vienen a interrumpir mientras graba y se escucha su: “Shhhh…” Me atrae mucho la proximidad de ese sonido junto con la lejanía de donde viene el grupo orquestal. Son los dos ejes que más me agradan: lo pequeño y lo gigante distante. Lo escuché y dije: quiero producir este disco.

–Finalmente, tu participación trasciende la producción artística.
D. M.: –El disco era de él, y para mí sigue siendo suyo. El ha tenido la gentileza de considerar que es de los dos. (a Gillespi) Yo sé que, tal vez, con otra persona no hubieras hecho este disco, pero éste es el disco que vos querías hacer, sin ninguna duda.

G.: –Como el instrumento que toco, la trompeta, tiene naturalmente una sonoridad jazzística, o que remite al jazz, a partir de ese preconcepto se le da un tratamiento que tiende siempre hacia un mismo lado. Yo no podía salir de ese mundo jazzístico, pero tampoco quería un disco en ese estilo, que puede terminar yéndose hacia lo que más aborrezco, que es la cosa onanista del jazz: “¡Ay! ¡Cómo toco! ¡Yo también! ¡Somos bárbaros!”… Y resulta que no hay nadie escuchándote porque la gente entró en sopor y se fue. Yo tenía ya un camino recorrido como “sesionista” de distintos proyectos, pero nadie terminaba de interpretar lo que quería hacer yo personalmente. Las veces que me topé con productores en trabajos anteriores me llevaban hacia un lugar “sandovalesco”. Y yo no quiero tocar así. A mí me gustan los tonos oscuros. Hago y grabo canciones continuamente (de hecho, ya tengo nuevas) pero el problema es que soy muy inocente en el planteamiento, entonces quería que Daniel metiera un poco lo suyo: él no es edulcorado como yo, no quiere ser tan “agradable”, no quiere ser “el mejor de la iglesia evangelista” como yo… Todas esas cosas que me pasan a mí, a él no le ocurren. Yo intentaba llevar todo hacia una prolijidad virginal. Entonces me encontraba con una veintena de canciones que escuchaba en mi casa, una y otra vez, y que no iban para ningún lado.

Las piezas de Gillespi se encaminaron a partir del trabajo con Melero, no sólo como productor sino también como intérprete en algunos temas y en la colaboración compositiva. A esta dinámica se sumó el pianista Yul Acri (“un personaje adjunto a este proyecto, muy importante”). El proceso comenzó en los últimos meses del año pasado y se extendió hasta marzo. Quedaron unos diez temas afuera, y el germen de un segundo disco, con un sonido puro de jazz. En Desayuno en Ganímedes , además de trompeta, Gillespi grabó teclados, bajo, guitarra.

Melero, por su parte, opina con énfasis sobre su propia performance: “Yo toco mal todos los instrumentos. Pero me atrevo a cualquiera. No tengo esa resolución que podría tener robándole tiempo a la inspiración. Sé que puedo tocar mejor esa guitarra que toco, pero estaría demorando que otras ideas surjan. Eso pasó en nuestra grabación. Me decían: ‘Grabala’, y yo decía: ‘No, háganlo ustedes’. Porque el hecho de que yo hubiera tenido una idea, algo más que una ocurrencia, no justificaba que me bancaran una hora hasta que tocara esos acordes del modo en que el tema parecía estar necesitándolo. No era lo único que había que hacer…” La idea de la “eficacia” reaparece en la conversación cuando recuerda el episodio del “Ecce Homo” de Borja, aquella obra cuya restauración fallida se convirtió en noticia viral en 2012: D. M.: –Adoro, como obra de arte del siglo XXI, al “Ecce Homo” de Borja, visto como una tríada. En primer lugar, el Jesucristo blanco, que lo mira a Dios con respeto preguntando: ¿por qué me abandonaste? Al lado, ese mismo Jesucristo, corroído por el moho, al que nadie le prestaba atención. Hasta que vino la señora Cecilia Giménez y pintó arriba este otro, que tiene la mirada invertida, que te mira de manera arrogante. Están el que fue construido con amor por alguien que era devoto, el otro que no le importaba a nadie y se estaba pudriendo en un costado de una iglesia de un pueblo muy pequeño, y el “Ecce Homo” de Cecilia, pintora, que se ofrece a restaurarlo. No la dejaron terminar la obra, la interrumpió el escándalo.

G.: –Ya era una intervención… D. M.: –Ella iba a “restaurar” la obra, pero la “reinstauró” y creó, para mí, un concepto tremendo de este siglo: la reinstauración. A ese Cristo pálido, ella le quita la corona de espinas, le hace una especie de gorro, y es casi un “raper” religioso. Además, ella logró que ese pueblo exista y cambió la economía del lugar. Modificó para bien la vida de todos. La gente que se burla no comprende que, a veces, un artista construye por error, pero sobre todo por devoción. Lo mismo vale para el “tocar bien”: hubo mucha gente que sabía tocar bien y, ¿qué consecuencias tuvo? ¿Cuántos discos que hicieron modificaron algo? En general, en la cultura popular, no son los que tienen pericia los que modifican la historia.

G.: –Y hubo un experimento que terminó bastante mal, que fue el jazz rock de Chick Corea, Stanley Clarke… M.: –Ahí zafó un poco Herbie Hancock cuando hizo “Rockit”, pero se tuvo que ir completamente para otro lado. Además el jazz no tenía poder modificador social en ese momento, que sí tuvo Miles, por ejemplo, pero Miles jamás se amparó en tocar bien. Siempre fue un conceptual, y tenía a Teo Macero, además.

In a silent way es uno de los discos más importantes de la historia. Pero también lo es por la producción: todo lo que no hacen. Te definís mucho más por lo que no hacés que por lo que hacés. (a Gillespi) En lo que vos me enviabas, por ejemplo, había un montón de posibilidades ya canceladas.

G.: –Yo le mandé una canción que era la melodía de trompeta y un piano, que es la que abre el disco. Y él casi sacó el piano, y quedó la trompeta, y sugiere universos armónicos mucho más ricos.

–¿Podrían inscribir el sonido en una categoría genérica, o en varias?
G.: –Por momentos, este es un disco más ambient.

D. M.: –Es que cuando es rockero es tan rockero que después sólo puede ser ambient.

G.: –Toda la primera parte del disco es muy espacial. El primer tema es de una desolación angustiante. Y después viene “Moho”, que se empieza a desparramar… El disco tiene un orden difícil: si no te expulsa de movida, vas a fondo hasta el final.

D. M.: –Muchos de mis álbumes favoritos plantean situaciones así. Y pocas veces pude producir uno así. El gusto es algo establecido, está para el estómago, no está para estimular tus pensamientos, tu sensibilidad. El gusto es muy mal consejero a la hora de apreciar abstracciones.

G.: –La música muy agradable no sirve para nada.

D.M.: –Vos tenés que tener cierto desafío, cierta curiosidad por aquello a lo que le prestás tu tiempo. Si no, quedate con lo que ya te gustaba, y siempre vas a poder quejarte de que “ya no hay música como la de antes”.

G.: –Daniel es el músico que más discos está grabando, todo el tiempo, en el momento más crítico de la industria. En realidad, es un momento muy interesante para grabar, y hacerlo en estudio, porque los estudios han acomodado los precios a la realidad. Antes era toda una cadena de corrupción: los estudios eran carísimos porque las compañías ponían un montón de plata.

–D.M.: –Mucha gente ganó demasiado dinero haciendo muy poco.

–G.: –Hoy hay que encontrar la manera de que los discos lleguen a la gente pero que no te paralice la idea de no vender.

D.M.: –Claro, y no quedarte grabando en tu casa con sonidos muertos.

G.: –Yo estaba en una encrucijada porque ese material no iba a ningún lado.

D.M.: –Y yo sentí que teníamos la posibilidad de construir una belleza nueva, que en definitiva eso es la belleza. Lo demás es lo lindo. (Ñ)


Sábado, 25 de julio de 2015
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