Chamamétango Para el músico correntino, su incursión en el género se produce con total naturalidad: “El tango es para los tipos como yo que somos muy argentinistas, a los que Hendrix no nos va ni nos viene, pero Falú, Mores y Grela nos rompen el corazón”, señala.
Entra a la sala, se sienta y desparrama un fajo de objetos sobre la mesa. Así de exagerado es Antonio Tarragó Ros. Así de perfil alto. Un libro que Perla Aguirre, madre de una de sus hijas, escribió sobre él (Intimo); una ambiciosa producción discográfica, que compila –en formato MP3– cuatrocientos treinta y cinco piezas registradas en treinta y cuatro discos oficiales; y un trabajo similar, pero de su hija Irupé.
“Los publicamos en MP3 porque la música, hoy, se termina escuchando en computadoras. Los lectores de CD no leen bien, ya es poca la gente que tiene bandejas para escuchar vinilos; Enrique Llopis me dio una mano con el concepto, y decidimos sacarlos así”, comenta el acordeonista sobre dos de los varios objetos que inundan la mesa. Entre tales discos comprimidos hay obras integrales como El alma entrerriana; los tres volúmenes de Enchamigados; Naturaleza I y II y Pasiones, el disco que hizo junto a Pacho O’Donnell; otras más íntimas (Los tarragoseros o Soy el chamamé) y varias piezas del disco-noticia, al cabo: el flamante Tangos propios, que presentará hoy a las 21 en el Tasso (Defensa 1575), acompañado por Oscar Laiguera en piano y arreglos, Federico Espinoza en batería y Humberto Lafata en contrabajo.
–Hay varios puentes entre el chamamé y el tango. Se le puede entrar por Isaco Abitbol; también por la idea más genérica del fueye que hermana acordeones y bandoneones... ¿por dónde le entra usted?
–Por la imagen del folklore como la de un gran río del que todos beben. Gardel era un cantor nacional, cantaba muchos estilos y también abreva en el tango que, aunque sea una música urbana que tuvo un crecimiento exponencial durante buena parte del siglo XX, tiene sus particularidades. Porque Homero Manzi, que es uno de los poetas fundamentales del género, nació en Añatuya, Santiago del Estero; o grandes bandoneonistas, como el caso de Ciriaco Ortiz, de quien el mismo Troilo era seguidor, era cordobés.
Acá se interrumpe la noticia, y deviene, por un largo rato, un derrotero de secuencias bizarras, de esas que le gustan a la gente. De anécdotas no necesariamente vinculadas al mosaico de cosas que hay frente a sus ojos. Del mismo Ciriaco, por caso. “Ciriaquito era muy surrealista con los chistes. Le decía a Tania que había sido azafata del arca de Noé”, se ríe el correntino. “Jugaba fortísimo, además. A Edmundo Rivero, que era fino y divino, le decía de todo. Veía un bidet y decía que era la muela del cantor. Hay otra que cuenta Horacio Ferrer que es increíble. Iban varios (Ciriaco, Rivero, Ferrer) con un mateo por Palermo, a las dos de la mañana y hablando. En un momento, un caballo rebuznó, Ciriaco miró al caballo, miró a Rivero, y le preguntó ¿qué te dijo?... bravísimo”, vuelve a reír Tarragó, y retorna a lo central. A la noticia: su disco de tangos. “El tango tiene que ver con la melancolía y con el dolor, que son la suma del arte, porque el arte enraíza en la desdicha. Borges decía que no había mucho para escribir sobre la alegría o la felicidad, ¿qué vas a decir?”
–Tema agotado, además. Casi todo lo escribió Palito Ortega...
–Sí... Igual, hay que hacer esas canciones. Palito es un gran compositor… se propuso ser popular y lo fue. Es más, todos nosotros nos proponemos ser populares y no lo somos, o no siempre… él sí.
Y de la felicidad en Palito, Tarragó pasá a la felicidad en Nietzsche. Evoca una de las frases del genial y polémico filósofo alemán (“El instante en que la palabra feliz se pronuncia no es nunca el instante de la felicidad”). Se le agrega otra maravillosa y contundente, que viene al caso (“La vida sin música sería un error”), y todo se mantiene en una línea coherente, o al menos coexiste con la cordura. “Hay otra, no sé si es de él, que dice que uno no es como es, sino como el otro quiere que sea. No está expresada así, pero dice eso, y el tango precisamente es para los argentinos, para los tipos como yo que somos muy argentinistas, que vamos detrás del desarrollo de la música, a los que Hendrix no nos va ni nos viene pero Falú, Mores y Grela nos rompen el corazón, un lugar seguro. El tango es una música maravillosa, triste, como el blues”, compara el hombre nacido hace casi 70 años en Curuzú Cuatiá.
–Muchos le encuentran similitudes a ambos géneros. ¿Por qué empezó a componer tangos? ¿Cuál fue el detonante?
–Primero lo de la argentinidad del tango, y lo de mi formación. Después, una cuestión relacionada con SADAIC, donde era socio desde muy joven como compositor, pero no como letrista.
–¿Por qué?
–No me animaba a rendir porque tomaba examen Eladia Blázquez, y me daba vergüenza. Yo era compinche de ella, pero no me atrevía, pero ahora sí, aunque con mucho respeto. Lo hice porque me di cuenta que escribo con un lenguaje tanguero. Yo soy chamamecero, obvio, porque hago música folklórica mesopotámica, pero los folkloristas federalizamos el arte y Buenos Aires es tan dos por cuatro que a mí, con el correr de la vida, me fue inspirando tangos, valses, milongas y “chamameces tangueros” tan naturalmente que, al cabo de los años, advertí que escribí muchos.
Una de las perlas del disco de Tarragó que, entre sus quince piezas, incluye tangos ya grabados como “Maradona en Buenos Aires”, “San Cayetano” o “La lluvia es otro cielo”, es “Mariano Moreno y Guadalupe”, texto escrito por Pacho O’Donnell, narrado por Nora Perlé y vestido por un vals del chamamecero. “Es una maravilla, sí. Es Guadalupe. La escuchás y escuchás a la mujer de Moreno sufriendo. Es más, cuando Nora grabó la versión (hay otra narrada por el mismo Pacho) ella estaba pasando por un problema de salud terrible, y le salió eso, que está en la “luna de Crandall”, en el drama. También me gusta mucho el relato de Horacio Pagani en el tango “Malos aires” y el de Anselmo Marini en la milonga “Chau adoquín”, que le hice a mi hija Laura. Pero volviendo a mi relación con el género, León Gieco siempre me decía que yo tenía una cosa medio tanguera para frasear, para tocar. Un día hicimos el rasguido doble “Contento con mis hijos”, que reflexiona sobre lo que es esta ciudad. Recuerdo que, cuando entramos a grabarlo, llamé a Rodolfo Mederos y al Negro Rada, porque en esa época nos llamábamos y listo… Mederos escribió por dónde iba a pasar la secuencia armónica, y además está bien al frente su bandoneón”
–Con Rada poniendo el clima percusivo detrás. Muy ochentas…
–Muy ochentas, tal cual. Y la voz también. En esa época teníamos mucho rock and roll, y por eso la voz era como un instrumento más. Ahora la pienso distinto.
–El disco también tiene una versión de “María Va”, que debe ser la enésima en su trayecto.
–(risas) La grabé muchas veces, sí. Pero esta es bien original. Luis Stazo y Mónica Lander, que participan en ella, le dan un toque muy especial. Hay un solo de bandoneón de Stazo, que me hizo acordar a Leopoldo Federico cuando me decía “vos sos tango por tu manera de frasear”, porque yo toco pocas notas, y digo muchas cosas. La verdad es que, en esta versión, que es valseada, el acordeón parece un bandoneón. También hay dos versiones de “Malos Aires”, cuyo original está en la Operita del duende de la selva, y trata de un personaje que no sabe si quedarse en la selva o volver a Buenos Aires. Por eso lo de “tu nombre Buenos Aires, a veces me hace mal… buen aire te batieron los gaitas de Solís”. Lo escribí hace rato, y me vino la cosa del malvón, porque una noche salimos de serenata con Llopis. Era para una gurisa, y estábamos embalados… compré flores en una casa mortuoria, y era un malvón, un olor a Buenos Aires impresionante.
–Es el tema en el que suenan las sirenas…
–Sí, que es el ruido de Buenos Aires. Un ruido casi permanente en la ciudad que connota Buenos Aires y la pena… “la sirena del mal”.
–¿Por qué Troilo y Gardel en la tapa?
–Porque son los tipos del tango que tengo en el alma. Además, Isaco era muy admirador de Troilo, y yo cambié mi manera de tocar viendo a Pichuco, porque yo era medio semifusa… tocaba a dos mil. Es más, un día Hugo Díaz me llevó a grabar con él, me hizo hacer un solo de una chacarera y me dijo “vos cantás las letras con el instrumento”. La verdad es que le di bola, pero no tanto, hasta que un día me llevó a ver a Troilo. En ese recital, el gordo hizo algo con la mano izquierda, se puso a llorar, y yo dije “esto es lo que hay que hacer”. Entonces empecé a tocar de a una nota, y a esa nota agrandarla, achicarla, estirarla… me cambió todo, porque es muy hinchapelotas un tipo practicando notas todo el tiempo (risas). Hugo me hizo ver ese mundo que por ahí no te impresiona de movida. El tipo que toca así te está haciendo ver a tu vieja, a una mina que te dejó, algún sentimiento fuerte, porque la verdad es que yo no aspiro a que digan “¡cómo toca este tipo!”, sino a dejar algo. Disfruto con eso.
Viene a cuento otra anécdota nocturna. Estaba Tarragó viajando por las rutas patagónicas, cuando el tanque de gasoil del auto se vació y no quedó otra que parar, bancarse el viento y llenarlo. “Los músicos estaban todos dormidos, y me encontré a un chaqueño que se puso a llorar cuando le toqué “Puerto Tirol”. Sí, le escuché el acento, le pregunté de dónde era y me dijo “de Tirol, Antoñito”, entonces fui a buscar la verdulera, se la toqué, y llorábamos los dos en el medio de la noche. Siempre me acuerdo de eso, porque era tan angustiante que no sabía si seguir tocando, o seguir llorando. Era angustioso y bello a la vez”, recuerda Tarragó, y mantiene en verde la memoria: “Otra vez estaba en Paraguay, en la calle, y un hombre me dijo “vos sos un payasito de Dios”… ¿cómo?, le pregunté, “sí”, me contestó, “vos sos artista todo el tiempo”. La verdad es que me pareció necesario tocarle una polquita onda “me importás, loco”...
–¿Cómo es su relación con los grandes festivales, que sería como la contracara de lo que está contando?
–Los festivales tienen un esquema muy parecido a una cancha de fútbol, mientras que el arte se escucha como en misa. Y en misa, no es que uno escucha al cura y nada más, se escucha a sí mismo, porque rezar es un camino de autoconocimiento… estás buscando a Dios, adentro tuyo ¡mirá lo que estás buscando! En suma, a mí me gustan los lugares chicos, pero el problema es que son antieconómicos para tocar. Es hermoso tocar en ellos porque le ves las caritas a la gente, cuando en los festivales la cosa es más histérica.
–En eso que dice de Dios cierra un poco el concepto del disco Los caminos de la fe (2009), el de los temas “San Cayetano” y “San Expedito”, temas que también grabó en Tangos propios.
–Aquel disco fue un trabajo a pedido para Eliseo Alvarez. Había que hacer 44 minutos de televisión poniéndole música a historias relacionadas con los santos más populares. Y los dos más populares son Cayetano y Expedito. Empecé a trabajar con los videos, y fue algo conmovedor… los ojos, la mirada de la gente. En el de “San Cayetano”, vi un tipo que no sabía rezar mucho, y eso me dio la punta para escribir una historia. Por eso, primero está la historia de San Cayetano en sí, y después viene la particular. Con Expedito, bueno, no me gustaba contar esa historia, que era la llegada de una caja que decía Expedito (recién despachado), y parece que alguien pidió un milagro, incluso, y se lo concedió, pero eso, además de no decir nada, es casi burlarse de la fe. Entonces hice algo que me pasó a mí. Yo nunca tuve fe, esa es la verdad, pero ahora comprendí lo que es rezar. Hice un vuelo libre muy personal dentro de mí, y ahí pude entender.
–¿Cómo engancha Expedito, entonces?
–Ah, claro, porque yo tengo mucha onda con los ex combatientes de Malvinas, y hay uno que se fue, que ya no está, y me acordé de él cuando estaba escribiendo la historia, porque era devoto suyo.
Otro tango a la Tarragó es “Maradona en Buenos Aires”, que no refiere al astro de la pelota, sino al médico rural cuyo nombre era Esteban Laureano y cuyo rol en vida pasó por curar gentes de la Argentina profunda. Su versión original está en una cantata documental dedicada a la trayectoria del doctor, y este sería el tema principal. “Otra vida que me dio para componer un tango… me metí en su historia y no podía salir. Con el doctor Maradona apareció el lugar mágico en el que me meto cuando compongo, y en el que siento que la realidad me pertenece, porque siento que puedo cambiar ese mundo medio onírico y medio eterno a la vez. El mundo de la canción, digo. Un día alguien me dijo “por qué escribís tanto” y le respondí “para no suicidarme”... ¡qué tema la muerte!
–¿Por eso le dio por rezar? ¿Le tiene miedo?
–No, no le tengo miedo a la muerte. Sí al dolor, por eso sé que es difícil que me agarre una enfermedad deteriorante, porque no tengo coraje para eso. Me meto una pichicata y chau… y después que digan “este tipo era un drogón y se hacía el buenito” (risas). Estoy haciendo un tema que dice “por lo único que le tengo miedo a la muerte, es porque no voy a volver a verte”.
–Otra vez el tango… “Ayer, de miedo a matar / En vez de pelear / Me puse a correr / Me vi en la sombra o finao / Pensé en no verte y temblé... “Malevaje”, de Discépolo.
–Este no lo grabé porque no es propio (risas), pero es hermoso, sí. Habla del miedo a no ver más a quien más querés. Los que somos medio payadoriles solemos abordar este tema. Como es algo abismal, todo lo que decís va como piña. Recuerdo que había un payador al que se le había muerto la madre de muerte súbita, y tenía un embole tremendo con el tema. Me acuerdo el remate de la décima: “Mi madre, sin un quejido, dejó este mundo sin suerte, y es el único favor, que yo le debo a la muerte”… impresionante. (Página/12)Miércoles, 19 de octubre de 2016
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