El triunfo de Durán Barba (Por Martín Rodríguez) Macri, Massa y Cristina creen que las estructuras no atraen votos. La naturaleza paradójica del peronismo. Lo que llaman pejotismo es un tigre de papel, un mito del “poder detrás del poder” con el que siempre se especuló: detrás de todo estaba el consejo de sabios y prudentes que le garantizaban gobernabilidad a tal o cual dirigente. Es una media verdad. Pero no existe el Partido Justicialista del modo contundente en que se invoca. Existe, pero es otra cosa.
El peronismo siempre fue una versión del peronismo. Con Menem, con Duhalde, con Kirchner. Y hasta con Perón. La idea de unidad es derrota. El peronismo que “vuelve” siempre nace más de una ruptura interna que de un estado de unidad ideal. Siempre deja marginados y echados del templo. Lo que se llama “pejotismo” es una red de gobernadores, intendentes, legisladores, dirigentes sociales y sindicales tradicionales con representaciones a diversa escala que razonablemente se niegan a vivir una pura resistencia frente al gobierno de Macri como si sólo estuvieran en el llano, es decir, están dispuestos (casi obligados) a fijar una negociación permanente con el Estado nacional. No quiere decir que sean “tropa”, sino que no pueden perder su poder y su poder es capacidad de negociación. A priori dividiría a la oposición entre los que representan algo (una provincia, un municipio, una rama de la producción, un colectivo de trabajadores u organizaciones de la llamada “economía popular”) y los que no representan más que a sus ideas.
Sin embargo, la idea tan clara en los prosistas de Clarín (como Julio Blanck dice en la gran entrevista que hizo Fernando Rosso en La Izquierda Diario) de que el peronismo ya no ve en Cristina la llave de un triunfo es tan cierta como falsa la idea de que todavía sin ellos no se puede ganar (Macri y Massa lo demostraron). Y en segundo término: como si ese peronismo pudiese generar un líder ganador propio (Scioli lo demostró). Diríamos: el PJ tiene poder, tiene “electorabilidades locales” (partes que suman pero que no hacen “todo”) pero el líder siempre viene de afuera y con un “plus” social. Néstor Kirchner construyó ese plus a posteriori, y fue quizás el líder que más le debió originalmente al peronismo territorial. Les debía esos 22 puntos y pico que Duhalde le garantizó en tiempo de descuento. Menem era “pura sociedad” en aquel lejano 2003. Y salió primero. Es decir: el peronismo que gana es la suma del peronismo + “algo”.
El peronismo que gana es la suma del peronismo + "algo". Por eso, Massa, Macri y Cristina son duranbarbistas, creen que no hay estructuras que atraen los votos.
Incluso, sumando complejidad, podríamos decir que esa misma estructura muta al punto que muchos antiguos caciques perdieron distritos. “Pejotistas” derrotados como Luis Acuña (Hurlingham), Humberto Zúccaro (Pilar), Osvaldo Amieiro (San Fernando) cayeron a la fosa. Una parte de los nuevos intendentes reflejan la tensión entre pejotismo y kirchnerismo: el “Tano” Menéndez de Merlo le ganó a Othacehé con un marco de alianzas que iba desde ex duhaldistas, cariglinistas y ex massistas hasta Nuevo Encuentro, pasando por el camporismo.
O el ejemplo de “Los Mussi” (algo así como “Los Leuco” del peronismo), padre e hijo hicieron un recorrido en Berazategui desde 2005, cuando fueron con Chiche Duhalde, hasta ahora, ubicados en un cristinismo duro. Incluso, lo que Agustín Cesio llama nuevo “intendentismo” en la PBA. Es decir, un reordenamiento de los intendentes peronistas para hacer sentir hacia afuera y adentro su propio poder.
Pero justamente en este peronismo realmente existente tenés figuras que van desde el gobernador Mario Das Neves (Chubut) hasta el intendente Walter Festa (Moreno), es decir, un histórico “peronista federal” y un peronista kirchnerista, representando ambos el reclamo local contra el tarifazo. Después, como Das Neves, negociás otras cosas, te sacás fotos en el Salón Blanco. Pero antes que nada se cuidan de que el tarifazo no termine en una ciudadanía indignada con la cabeza del dirigente en una pica. Un gobernador que negocia la construcción de un puerto, un intendente que negocia el aumento de alimentos en los comedores o un sindicalista que negocia una ley de autopartes se asientan sobre su representación local. La fortaleza del peronismo hoy, a esta hora del año, en plena avanzada macrista que se dispone a hacer un daño social inevitable, no pasa por su “unidad” sino por su diversidad: hay peronismos. Si se muestra unido se muestra débil, si se muestra diverso se muestra como la amenaza de un río revuelto y la ganancia de algún pescador. ¿Cuál? Se verá.
Los hijos del 2001
De hecho Scioli quiso ser la suma de todas las partes y si bien arañó el triunfo podríamos decir que le faltó “sociedad”. Que es en lo fuerte que Macri, Massa o Cristina se autoperciben. Digamos de ellos: Macri, Cristina y Massa son ahora inesperadamente duranbarbistas, creen que no hay estructuras que aten los votos. Los tres creen en el “nuevo elector” que vota lo que quiere. Macri tiene al ecuatoriano como su teólogo, porque hasta ahora su idea más original se basa en la comunicación oficial pero alternativa. Si su relato ideológico está tercerizado en los grandes medios, su apuesta es a una comunicación de intimidad, sobre la idea de audiencias con más poder y autonomía. Facebook y Snapchat y batalladores de Twitter. De hecho recordemos que el contrapeso gradualista más público provino más de su comunicación (“¿cómo se comunica exitosamente un ajuste?”) que de sus supuestos economistas heterodoxos. Pero Cristina y Massa, los dos peronistas, se identifican con este nuevo credo (como buenos hijos del 2001) por ejemplo en la distancia que ambos le ponen al PJ: lo miran de reojo todo el tiempo pero no quieren fotos con él. Suponen que sin líder, es una colección de personajes en busca de un autor.
La oposición te hace republicano. Si antes los cacerolazos estaban digitados por los medios hegemónicos, ahora son una expresión pura, sin mediaciones políticas, de la sociedad civil. Cristina oscila entre la paciencia, el asedio judicial sobre la corrupción evidente de su gobierno y los tiempos tuiteros de un hashtag que cada tanto la hacen “volver” al lugar del que nunca se fue (la política). Una vuelta en loop. El kirchnerismo ofrece intransigencia porque “puede” (ahora dictan para hacer frente a la fuga de dirigentes del FPV que “el kirchnerismo está en la sociedad”). Ya no en la política, ni en organizaciones empoderadas, sino en la sociedad. ¿Y por qué puede? Porque quedó desterritorializado, vaporoso, tiene pocas intendencias, una sola provincia (Santa Cruz) y un bloque legislativo diezmado.
El itinerario de sus consignas fue del “armen un partido” del 2012 (en el poder) al “empoderamiento” del 2015 (en retirada), y de ese empoderamiento (en retirada) al “el kirchnerismo está en la sociedad” del 2016 (en la resistencia). ¡Viva Durán Barba! Todo cada vez más líquido. De un creencia en el Estado y las Corporaciones, a una creencia en la fuerza de “la sociedad”. Todo, las tres cosas, ya existían. Pero la oposición te hace republicano. Si los cacerolazos de 2012 estaban “digitados” por los medios hegemónicos y organizados por la oposición, este cacerolazo a los ojos cristinistas fue una expresión pura, sin mediaciones políticas, sólo de la sociedad civil. El entusiasmo es decembrista: imaginan una sociedad indignada con una dirigencia que no está a su altura. Sin maniqueísmos: la fuerza de este cacerolazo no fue su masividad (más baja que los de 2012) sino su geografía, cacerolearon barrios que fueron bastiones electorales del PRO. Las facturas de gas llegaron a las casas de los votantes amarillos. Y las facturas políticas empiezan a llegar a la Casa Rosada. Como decía Osvaldo Lamborghini: “paciencia, culo y terror nunca nos faltaron”. (LPO)Lunes, 18 de julio de 2016
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